28.7.17

Me dijeron que le escriba al Norman del pasado. A los Norman del pasado, a los pequeños, a los que la empezaban a sufrir cuando empezaban a despertar.
Fue en el medio de esas charlas de alcoholes, de la existencia de las vidas paralelas y simultáneas, en planos de ahora y ahora y ahora, porque es todo constante el ahora del ahora del pasado de lo escrito y del presente de la lectura y del habla y del pensar qué pibe pelotudo que es este.
La idea es sanar. Desde un lado que no se sabe muy bien cómo ni qué, pero la idea es sanar.
Me dijeron que les escriba a los Norman del pasado para que dejen de tener miedo, para que no los coma la culpa, para que se perdonen y perdonen a todo eso del universo y de la metafísica y de la vida. Que suelte, soltá, perdoná y todas esas frases del marketing emocional. Pero que en algún momento tienen que servir para poder respirar de verdad.
En el momento me pareció hermoso todo esto, de mis yo del pasado, de verme, de abrazarlos, de que cambien sus pasos, de que dejen de estar cansados. Pero pasan las horas y no sé muy bien qué decirles.
Y el perdonarse a uno mismo, el asumirse autodestructivo y perdonarse por tanto dolor generado. Cómo se hace sin que suene trillado.
¿En modo indictativo? ¿Directo? ¿Sin miedos?
Vos no sos culpable.
Yo te lo puedo decir, Norman niño escondido detrás de una puerta. Yo me lo puedo decir a todas las edades y a todas las horas y en todos los cumpleaños. Lo puedo repetir mil veces. Hasta me lo pueden decir gritándome a los ojos, en el medio del llanto más violento y angustiante, me lo pueden repetir, y puede sonar en decenas de bocas, labios, voces y tonos diferentes, pero… ¿cómo hace uno para sentirlo de verdad en carne propia? Acá, en el medio del pecho, del alma, de todo esto, de los días, del calendario.
¡ESO ES SANAR! Me grito en mayúscula, eso sería sanar. ´
Qué fácil es decir ciertas cosas. Tatuarse mundos que después nos cuesta alcanzarlos. ¿Sabés todas las frases que me quiero tatuar? Memento. Momentos. Necesito recordar lo que me hace respirar, si aparezco con marcas en el cuerpo es para que esas frases se me queden impregnadas en la piel, para despertarme y verlas. Dejar de borrar pasado. Dejar de bloquear pasados. Qué fácil es hablar de todo este tema de sanar y de sacarte de encima el peso más importante de tu vida.
Pero qué fácil también es vivir regocijándote en la culpa, qué fácil es vivir llenándote de mochilas, nunca vaciarlas. Qué fácil es acostarse en la mierda, hacer angelitos de nieve en el dolor. Y sufrirla y hacer un show, y montar toda una personalidad en base a las heridas y al llanto y al no poder, y al mutilarse, mirá los latigazos, son propios. Qué fácil es ser un pelotudo.
Qué fácil también es esto, asumirse como un pelotudo.
Y tal vez la cuestión de sanar no sea tan inalcanzable como creemos y no sea un sanar tan lejano.
Y sea entenderse, y respetarse a uno mismo. Crecer, madurar y toda esa gilada que está pasando constantemente aunque te odies porque creés que no está pasando.
Y parar, y decirles a los Norman del pasado que no sientan culpa, pero que tampoco sientan culpa por sentir culpa. Qué sientan lo que sean y lo que sea o que no sientan nada, que entiendan o que no entiendan. No sé. En este preciso momento en un año tal vez me esté diciendo otra cosa y hable de lo equivocado que estaba en este momento a un año del futuro reto. O tal vez no. Y esté profundizando esto, de la duda permanente, del ir y venir constante. De no saber muy bien de nada pero a las horas saber todo y otra vez no saber de nada.
Norman del pasado, no sientas culpa por sentir y pensar y flashear e imaginar y putear. No te puedo decir otra cosa, no te puedo retar, no puedo señalarte nada.
Alguna vez, en algún momento de eso de los planos y las vidas y en este preciso momento, hay un Norman pensando en la falta del abrazo y de la piel.
Como hace un rato.
Como acostarse y preguntarse.
Preguntarle,
Preguntarte, ¿estarás orgullosa de mi?
Y pensar en el tacto, en cuánto tacto hubo.
¿Me sentiste en tu cuerpo?
¿Sentiste mi piel?
¿Sentí tu piel?
¿Y me viste?  ¿Pudiste abrir los ojos y verme?
¿Te vi? ¿Te habré visto?
Y llenar de preguntas el cielo. Y rogar, pedir, exigir una señal. Una respuesta.
Y la respuesta es esta. Son estos abrazos que uno ama ir recibiendo a lo largo de la vida.
¿Alcanzan? Qué importa si alcanzan, no es un tema de alcanzar, de llenar.
Eso les diría a los Norman del pasado, que no es una cuestión de vaciar y de llenar, de estar vacío o de estar lleno. Que es una cuestión que no sé muy bien explicar ( también les diría que tampoco se preocupen si no saben muy bien explicar las cosas). Pero no es una cuestión de buscar y llenar y escapar y vaciar y volver y estallar y calmar y usar miles de veces la y sin una lógica gramatical.
Los abrazaría y les diría eso, que no tiene que ser una cuestión de vaciar y llenar. No sé muy bien qué sería lo opuesto, tal vez esto, el encontrarse, el pensarse, el disfrutarse, el llorarse, el respirar, el abrazar, el contemplar, el romperse la cabeza de lleno contra la pared. El vivir. El sentir que están haciendo algo para que ella se sienta orgullosa de ustedes. El sentir que estoy haciendo algo para que ella se sienta orgullosa de mi.

20.7.17

I otra vez


Nosotros nunca nos realizamos. 
Somos dos abismos — un pozo contemplando el Cielo

Fernando Pessoa – Letanía


Te dije que iba a seguir. La idea era dividir esto para hacerlo menos tedioso pero no tenía sentido porque ya no estabas más acá. Me dijiste que estabas arriba de un tren, que no podías leer, que el ruido, que la gente, que tenías ganas de hacer algo más divertido que leer esto que nos inventa. Y admito que un poco me deprimí. Entendí que ese tren te estaba alejando más de lo que ya lo estabas. Porque hasta acá no llega ninguno, no hay ningún ramal que te traiga hasta mí. Entonces apagué todo intentando apagar la vida un rato, y otra vez la misma historia de siempre. Eso que ya te conté tantas veces. Sigo inventando y te digo que dormir está sobrevalorado. Necesito sentirme mejor con esto de las ojeras constantes y de no poder extender las siestas.
Y de noche funciono mejor, sigo mintiéndome.
Para qué, preguntarás. No lo sé. Tal vez para esto de inventarte cercana y lejana a mí. Tal vez en esto de inventar un mundo que nos contenga a los dos, porque siempre así es más fácil de sobrellevarnos. Y todo esto de hablar en plural, la mejor forma de escapar de mí. Inventar proyectos, porque los reales nunca se cumplen. Es más, nunca se entienden cuando están existiendo, nunca nos damos cuenta cuándo están sucediendo.
Todo esto de repetir palabras y formas ya conocidas, somos débiles apóstrofes que se mueren cuando se duermen. Invocarnos para salvarnos, porque el terror de la soledad y el no poder hablar. Yo no sé modular, y es un poco por eso de haber estado callado tanto tiempo. Aunque sigo estándolo. Porque siempre es mejor el silencio que las palabras vacías de emoción.
Entonces busco mil formas de alcanzarte.
Esa también puede ser la frase de mi vida.
Mi biografía empezaría en “entonces” y terminaría en “alcanzarte”.
No me hagas preguntas, no ves que es todo un juego para disimular la falta de interés por todo esto.

Y acá había muchas más palabras. Pero el Word se volvió loco, una película para toda la familia. En las peores salas. No vayas a verla en la primera semana así la levantan y no vuelve a aparecer. Y querer romper todo porque ya ni te acordás qué ideas estabas uniendo. Ah, pero qué importante que se te cague en algo así tan sin sentido, en un par de hojitas de una extensa tesis que habla de vos y de mi.
Importantísimo.
Tan importante como hablarnos en presente, aunque no quieras existir, aunque me cueste esto de existir. Volver a decir lo mismo.
Hablar en plural para salvarnos, aferrarme a una idea que ya comprobaste que no es real. Porque en el medio está esa vida que te aterra, y están los días y los viajes y los silencios que aturden. La puta madre, desde cuándo aturde el silencio. Dame silencio, hay que bajar el volumen del mundo. Todo tan frase hecha. Y mediocre. Como no poder cambiar el colchón. Debe ser eso, debe ser el colchón, y la sombra que falta. Porque está todo oscuro pero no veo nada. Por lo menos cuando te imagino acá si te veo en el medio de la oscuridad. No sé si alguna vez te diste cuenta. Mirá a alguien en la oscuridad. Vas a ver que brilla. Brilla su cuerpo, su alma, su energía y toda esa gilada new age o de hippie con osde. Pero es en serio. Hay algo que brilla. Y acá está todo desteñido, ni blanco ni negro. Uno solo. Sólo un color.
Y dicen que el sólo ya no tiene que escribirse con tilde, pero necesito hacerlo, me da terror esto de estar solo sin tilde. Me da terror eso de la soledad, y qué mierda hablo de querer silencio si después me tiembla el cuerpo y necesito compañía.
Somos el intento de invento más imbécil que creíamos que podíamos inventar. La mediocridad tiene mi rostro, desgrabo pensamientos como si fuera algo novedoso cuando lo único que estoy haciendo es intentar vaciarme. Porque primero hay que vaciarse. Y después hay que salir. Salir a un lugar qué no sé muy bien cuál es pero que ya de antemano me da terror. Como todo esto. Porque hay que repetirlo mil veces, para banalizarlo, para entender que es todo tan efímero y que no podemos perder tiempo en creer que todo esto puede doler.
Pero quién sos vos, quién soy yo para decir lo que tenemos que hacer. Perdé el tiempo que sea, perdelo, perdé horas de sueño, viví con cansancio, perderte en este fernet con esa coca que se quedó sin gas hace tres días.
Perdete, desármate, hacete mierda el hígado. Si tanto terror te da la vida, créate un monstruo verdadero.
Y cuando estés así, asqueado, con miedo, lleno de terror de vos, del monstruo que creaste, invéntate una sonrisa ajena, lejana. Inventá un abrazo que tenés que alcanzar. Inventá un refugio. Total, es Galeano, la utopía y los pasos. Nuestro refugio, combatir esta guerra interna, soy mi propia oscuridad, el boicot como estandarte. Pero todo lo que te inventes va a quedar deforme y chiquitito ante el mensaje que te llega a las dos de la mañana y que no leés a tiempo, que mirás tarde, porque el Word es una mierda pero intenta ayudarnos a salvarnos un poquito. Y cómo voy a escribir a mano si ya la cabeza funciona mucho más rápido de que lo que mi caligrafía de mierda puede esbozar.
Otra vez nada tiene sentido. Como eso de respirar y la falta de interés por lograr.
Rimas estúpidas, como quien cree que puede jugar en el mismo equipo que Riquelme pero lo primero que hacés cuando te viene la pelota es agarrarla con la mano. Siempre tan inútil. No entendés los juegos. No entendés este juego de inventar un refugio para sanar porque lo terminás convirtiendo en una mirada real que nunca vas a alcanzar.
Decís que no sufrís, decís que disfrutar eso de no tenerlo. Mentira. Te acaba de decir que extraña a la persona que ama, y te acaba de destruir el juego. Porque cuando aparece la realidad así, de golpe, quedás en offside en el medio de la madrugada, y todo lo que puedas inventar para refugiarte en una casa hermosa de fantasía es una casa que no es hermosa, que no tiene puertas, que no tiene paredes, que no tiene techos, que no tiene estrellas, que no es casa. Ves, no podés ni ser tu propia fantasía que la realidad siempre te termina rompiendo la mandíbula antes del knockout. Pero, dale, no importa, vos mañana volvete a inventar todo esto. Y la fantasía y el refugio y el plural y todo eso que te hace sentir mejor con vos mismo. Total, tenés un changuí de un par de horas hasta que te vuelvas a dar cuenta que seguís desangrando y no sabés cómo cicatrizar.

19.7.17

I

Quiero escribir hasta que me sangren los dedos o hasta que el llanto no me deje seguir o hasta que me explote la pija y me tenga que pajear sí o sí o hasta que me canse y me pinte el sueño y me desilusione de todo esto al asumir que no voy a lograr nada y no voy a llegar nunca a vos como quiero hacerlo.
Pero a la vez no quiero que esa desilusión de la realidad me afecte y me haga abandonar esto.
Entonces dejo de teclear y pienso en qué puede ser esto,para volver a teclear sin saber a dónde voy y qué palabras voy a utilizar. No tengo idea. 30 minutos pasaron de la medianoche, y, ahora, quiero escribir toda la noche, todo el día. Cancelar mis obligaciones bajo el sol.
Quiero no terminar esto, que siga. Que sea lo más extenso que alguna vez haya descargado de mí. Y que me sienta completamente vacío y en paz. Sin pensamientos, sin nada que circule por el cuerpo y la mente. Y que nunca más tenga que volver a vomitar.
La frase y Dolina y el mundo diciendo que todo lo que hacen los hombres es para coger. Y el machismo y el patriarcado y todo eso que conocemos.
La realidad es que todo lo que hacemos es para buscar cariño, para sentir cariño. Sentir cariño en el coito, sentir cariño cogiendo, sentir cariño en el abrazo, sentir cariño siendo admirado, siendo gustado, sintiéndose interesante. Cariño de la forma que sea. Siendo de la forma que sea.
Y esto claramente habla de la deficiencia que tengo para los vínculos, para el cariño, para no escaparme. Vivir en la urgencia necesidad de vivir escapando. Todo el tiempo, de hacer cagadas. De abarcar todo, de tenerle miedo al infinito pero querer sentir ese infinito y querer abarcar todos los abrazos y las miradas y los silencios y que nada alcance porque ni nos abarcamos a nosotros mismos, no sabés lo que me duele cuando intento alcanzar mi espalda. ¿Hace cuánto que no te abrazás?
Querer vivir de madrugada para morir entre músicas y el teclado que no para de sonar. Pero esto no significa escribir, nunca lo significó. Son vómitos, escapes, desgarros. Qué palabra hermosa que es desangrar. Y significa tanto acá.
Las canillas desangran en gotas que en el medio del silencio te queman la cabeza. El ruido. Insoportable.
Las heladeras desangran, el ruido. Por favor, desconectala.
Los ruidos desangran del mundo. Vos desangrás en palabras que no llegan a ser palabras y que no entendés y que no sabés manejar. Estás podrido de alejarte, de alejar gente. Y el multitasking que no llega a llenar ninguna barrita de vitalidad, de cariño, de estamina, saltar de sonrisa que no llega a sonrisa en sonrisa que no llega a ser sonrisa. Viajar, el planisferio y la guía T dicen acá y acá y acá pero no podés llegar, te quedás a medio camino, la sube y el saldo negativo y todo eso que te da terror a tener que pedir que alguien te preste para el viaje. La vergüenza eterna. Qué mambito ese.
Y siempre vas a ser el plan C de alguien. Y aunque seas el plan A no te vas a dar cuenta, no lo vas a entender. Porque te vas a dejar tropezar por las piedras y todo eso que dicen que hay en el camino. La historia de tu vida en imágenes básicas, idiotas y sin el vuelo necesario para salir de tu mediocridad.
Siempre va a ver alguien mejor, siempre. Y es una cadena que no sabés dónde empieza. Sos el juego de la tele que se queda sin tiempo cuando tu cabeza intenta encontrar dónde empieza y dónde termina esa cadena.
No puedo hacerte tantas preguntas boludas, casi parezco psico. Y no es que no lo sea, es que creo que lo tengo controlado aunque la realidad me diga otra cosa.
Doce formas de alejarte.
Doce formas de percibirte.
Doce palabras que te hagan creer que puedo hacerte bien.  No, no puedo. No me sale.  Me faltaron dos. Siempre algo falta. Me falto yo. Nos faltamos los dos. ¿Vos también contaste si eran doce? Fueron diez.
No es que no pueda, no es que no quiera, es que no me sale eso de dormir temprano. Porque hay algo que me come el hígado y las ganas de la cama.
Ya ni tengo ganas de coger. Y salir, y todo eso. Y las charlas y las preguntas, hablar, decir y escuchar, el juego y la seducción, el conocer mundos, el punto, y la coma, y qué es toda esa obsesión de los mundos que no podés alcanzar y de los besos de despedida y de las bocas que buscan calor en medio de este frío de San Telmo que no para de congelar corazones. Que me mata a vos y a mi. Que ya mató el recuerdo de algo que nunca va a suceder. Sabés que hay un chiste de gallegos que habla de todo esto, pero no me acuerdo muy bien cómo es. Porque generalmente me olvido de todo. Olvidé el momento en el que vos, tu mundo, tus lastimaduras, tus sonrisas, tu pornografía, todo tu mundo se idealizó en mi. Entonces no sé muy bien cómo seguir. Cómo alcanzar. Cómo no ser pesado. Cómo ser no ser ni pasado. Asustar.
Y yo me pongo en tu lugar y si veo a un pelotudo que se la pasa haciendo estas cosas, no le hablaría más, ya me cansaría de explicarle que no y que no, a pesar de que tenga deforme los brazos de tanto remar. Remar en la nada y por nada. Porque acá no hay nada, ya lo entendió el resto del mundo, menos mis ganas de tu abrazo.
Abrazos como forma sanadora, como símbolos de paz. La reconciliación con el mundo. Invento que mi carta astral que alguna vez me hicieron y que no me acuerdo lo que me dijeron que dice, dice que necesito reconciliarme con el mundo a través de un brazo. Acaban de pasar y gritarme “ñoño” desde un altavoz. Pero yo no soy tan empalagoso, te lo juro. Es el momento, es la hora. Es la una de la mañana, son los días, es el año, es la vida, pero mi vida no es esto, o sí. Y ya quedé acá, estancado, hablando cursilerías para que en la vida real me convierta en una piedra, me congele y digas y preguntes “y todo eso que me prometiste, ¿dónde está?”.
No vamos a hablar de abrazos.
Vamos a hablar de terminar esto acá. Desde una virtualidad de decir terminar. Porque quiero seguir, porque no me cansé, porque no dije nada de nada de nada. No dije nada. No entiendo qué digo. No tiene sentido. Y hasta no encontrarle un sentido y algo que me haga vaciar de mi, no quiero parar. A pesar de esta desilusión, de que voy a dividir esto en decenas de partes (ojalá mi locura no llegue a tanto y me deje dormir) y te las voy a ir pasando, antes de que te duermas, de que te aburras de mi. Y te avisaré, y diré, que si no hay ganas no lo hagas. No hay forma de sostener esto. No tengo forma de sostener todo este mundo de abrazos y cariño que te estoy dibujando. Porque no sé dibujar. No sé hacer personas ni en palitos. No me salen. El futuro parkinson me acompaña desde el nacimiento, los nervios, la falta de estabilidad corporal, todos estos nervios que estallan en una mano que no puede filmar nada por más de dos segundos sin temblar, que no puede escribir a mano sin cambiar la caligrafía, el pulso, agradezcamos que no soy cirujano, te terminaría haciendo esto que me hago a mí, me abriría de formas deformes para terminar suturando con más deformidad, sin cerrar la cicatriz, sin un orden y una idea, para terminar muriendo desangrado. Sin nada de nada que pueda dibujar ni escribir ni DECIR que te haga sentir cercana a mí sin asustarte ni molestarte. La bestia, vos sos hermosa, yo soy esta bestia llena de miedos que quiere un poco de paz pero no puede ni soltar la paloma y esta bandera que quise pintar de blanco pero me quedo gris, casi negro. Cómo hago para frenar y animarme a mandar esto, a mostrar esto, cuando no hay nada que mostrar. No hay sentido, no lo hay. Lo admito. Esto no es nada. Lo asumo. Y por qué tengo que mostrártelo. Por qué tengo que compartirlo. Por qué.
Tal vez deba hacerlo para no volver a leerlo y borrar todo y pensar dos veces en lo que estoy haciendo, en lo que me estoy haciendo, no arrepentirme, no asquearme. Ya siento mucho asco, ya volvió la acidez. Me cuesta tragar, es esa toz que no llega a ser toz para sentir alivio unos segundos que tampoco llega a ser alivio. Si me vieras, no me verías. No te acercarías porque no puedo ni tragar estas palabras que robo de la música que suena de fondo mientras las propagandas y el reggaeton y no sé qué mierda de qué músico de mierda te quieren vender. Como esto que no sé qué se quiere vender de algo que no sé qué mierda dice de mi. Qué palabra hermosa mierda. Acá hay olor, estoy nauseabundo, el cuerpo, el alma, los ojos, hasta los anteojos están sucios y me da paja limpiarlos. Tengo que ir a ajustarlos. Pero no puedo salir, no puedo parar, me da tanto miedo dividir esto y que leas hasta acá y que me dejes de hablar y me dejes de mirar de esa forma que lastima pero que por lo menos me hace sonreír. El flagelo de esa mirada que destruye pero que es la única que hay. Y la acepto. Y mírame, por favor, mírame, de la forma que sea, aunque sea el paco destructivo y adictivo de las miradas, aunque prefiera que me mires con flores, rosas y budas en tus ojos, aunque prefiera que me mires con la mirada desnuda, llena de vos, de vos para conmigo, que busques la complicidad, el entendimiento y que el mundo afuera se termine de destruir y todo eso que una película nos enseñó pero que nunca nos contó qué sucedía después. Eso me da bronca. Terminan las películas ¿y ahora qué? Terminó, terminó ese fragmento, pero nosotros somos miles de fragmentos que nunca terminan, continúan, como esto que dije que iba a dividir pero todavía no empecé a hacerlo. Terminan las películas y qué mierda hago con mi vida. Por qué nadie me dice cómo tengo que seguir, cómo tengo que avanzar. ¿sabés por qué dejé tantas veces el psicólogo? Porque ninguno nunca me dijo qué hacer. Y yo necesito eso. Y, para hablar, y, para entenderme, me hablo acá, con idioteces, como un diario sin diario y sin íntimo. Y vos ya estás cansada de esto. Pero llegaste hasta acá. Y no sabés lo que me acaba de pasar. Me acabo de atragantar, tengo ganas de vomitar. Porque parece que esto no alcanza y todo termina volviéndose carne y real. Y esto nunca va a ser real. Ni vos. Ni yo. Ni todo lo que no podamos llegar a decirnos. Ni la promesa de que voy a continuar con esto. Ni la promesa de que voy a parar en algún momento para dormir aunque quiera eternidad.
Necesito que hablemos de la eternidad. De la finitud. Hay gente con tanto miedo a la muerte y a mi me da tanto terror la vida. Y me llena de vergüenza decirlo, y me llena de miedo decirlo. El miedo está en la mente. Me lo tuve que tatuar, para verlo todos los días, todo el tiempo, para que se me meta en la cabeza, para que no se me olvide como me olvido todo. Y una vez un tipito lo vio y dijo “uf”. Dijo “uf, es fuerte verlo todos los días”. Y yo pensaba que me iba a producir lo mismo, pero no pasa. Aunque hay días que lo siento, como ahora, cuando esto sale de las carpetas y de la intimidad. Regalar intimidad, desvastarse, regalarse, el problema de la modernidad. No me saco una foto mostrando lo que como. Te muestro las palabras que cago, que vomito, que no me dejan vivir. Iba a escribir que no me dejan ser, pero tal vez soy esto, tal vez no soy nada, tal vez voy a vivir en esa búsqueda constante del ser, de ser algo que no sé muy bien qué es. Lo logré, es bastante largo como “primera parte”. Si llegaste hasta acá a pesar de que te ganó el aburrimiento, sale una birra, sale un café. Te invito a sonreír, te lo juro. Ya tuviste tanto de mi caca mental que no vale la pena repetir. Además me da mucha vergüenza hablar de esto cara a cara. Cómo mierda voy a ir a presentarme ante la asociación de destructivos anónimos diciendo “hola, soy Norman y le tengo terror a la vida”. No se puede. Y me río. Porque no se puede. Porque para esto está esto. Bien al fondo, abajo. Donde nadie llega, porque la hice bien, y aburrí y asusté y alejé a muchas personas antes de que lleguen hasta acá. Como nos pasó a todos más de una vez.

15.7.17

Cómo hago para decirle que me encanta. Que descreo de todo el mundo menos de lo que pueden generar sus gestos. Cómo hago, hasta cuando voy a intentar alcanzarla. Ya no sé cómo llamar tu atención. Boluda, me siento tan imbécil. Yanomeandanlaspalabrasnilabarraespaciadora.Estomismoquemeestáconstandoescribirahoracómopuedohacerparaqueloentiendasyvengascorriendoaesteabrazoquenodejadeesperarte. Y yo te entiendo, y el mundo nos entiende desentenidos en esto de que uno quiere mañana y el otro quiere nunca. Quiero hacerte un cuadro de esos parar colgar en la pared, un dibujo explicando el porqué de esto. Pero soy tan malo dibujando. Ni con palitos nos puedo hacer a los dos. Pero creo que sí me saldría trazar una linea, ese hilo que nos une a los dos, una soga que ahora invento diciendo que es bastante gruesa para que sea imposible de romper, cuando tal vez sólo llega a ser un imperceptible halo de luz. De gestos, bufandas y un invierno que pinta desolador sin un colectivo que me alcance a vos. Llego, te saludo y me voy. Me quedo hasta que vuelva a nevar, ¿te acordás cuando nevó? Que alcance todo con un par de miradas, y no importe el reloj, y no importe cuando cada uno tome su rumbo, no importa todo lo demás porque ahora mismo estamos estallando en una sonrisa tan tímida que ni nos animamos a mantenernos la mirada. Eso de intentar entender, de desprejuiciar y desprenderse de palabras que alguna vez alcanzaron lo que hoy ya no soy. Pero que quiero ser. Pero las ideas no están claras, o no tanto,  y sigo mintiendome, me digo que es una caricia, para que no abandone, para que no deje de pensar en sonrisas que combatan esas calles sin asfalto y tus llantos que desguazan mis noches cada vez que te siento a la distancia. Descreo de esto mismo, menos de ese algo que alguna vez existió, uniendo universos que no se complementan, que hasta pueden chocar, pero que juntos y lejanos se reían tan bien. Y, al final, la sinopsis de todo es que en tu idea de abrazo yo no encajo, y en mi idea de rima estúpida que no rima, yo te quiero mirar a los ojos para poder llevar tu gesto a todos lados. Una instantánea, así, de vos, sonriendo, después de tantas batallas innebitables. Me llevo tu imagen, como hace tiempo que vengo imprimiéndonos en cada esquina, en este bar, hablando hasta que nos echen, y por vergüenza no sepamos adónde ir, y comencemos a caminar entre gestos, bufandas y un invierno que dejaría de ser tan desolado.
El desborde es inminente. Ya. En cualquier momento. Puede ser ayer mismo. Mi alma está en estado de asamblea permanente por culpa de todo esto que no sé cómo mierda nombrar.
Si no se estrella el bondi, si no se me rompe el teclado, si no me cruzan en la calle para cagarme a palos y escupirme y decirme que pare, voy a terminar estrellándome contra esta ventana. Otra vez. Como todos los días. Ya no sé cuál es la forma de dejar de hacerlo, no sé cómo parar, lo juro. Intento así, intento hacerlo acá, para controlarme un poco y no mandarme más cagadas. Te juro. Te puedo hacer una lista de todas las giladas que me mandé en los últimos diez mil ochenta segundos. Te juro que todo lo que empiece a detallar acá no va a alcanzar. Porque mientras intento dar un paso, tiro todo esto, todo este impulso, toda este vacío, todas estas ganas de vida que no pueden detonar de a poquito porque están todas comprimidas en el mismo nudo que tampoco puede deshacer.
Pero me miento. Y aparezco acá cuando ya me mandé la cagada número quince del día. No te acerques, no te acerques. Hay un momento en el que no sé con qué voy a soltar, te lo juro. Creeme, por favor. Yo no soy esto. En realidad, no sé muy bien lo que soy, pero esto, esto me da mucho miedo. No puedo estar así mucho tiempo más, me voy a descerebrar antes. Meterme mil litros de algo en el cuerpo, en la sangre, en las manos. Sacarme. Sacar de mi todo eso que me hace desbordar sin nada que pueda tener en claro.
Completamente desorientado, a punto del estallido final, la cabeza no aguanta, la paz tiene que estar llegando. O tal vez nunca llegue. Y me quede en este estado, mudo de filtros, vacío de culpas. Tengo miedo que la cabeza me haga un click, me haga un sonidito y se destrabe completamente, pero para el lado que me da mucho miedo. Y no poder volver más. Sabés el terror que le tengo a la locura. Creo que nunca te lo dije. Siempre de lejos, siempre ajeno, por temor, por verme, por acercarme a todo ese mundo que nadie podría entender, mucho menos uno. Rozar todo el tiempo ese mundo que me llena de miedo. Rozarlo, pasarlo por al lado. Y un estallido final. No sé ya a quién rogarle para que pare todo esto, no sé cómo rogarme para parar todo esto. Y ni esto, esto mismo, esto de ahora, quiero parar pero no quiero hacerlo porque cuando pare voy a sentirme en el mismo estado que ahora. Porque nada alcanza, nada, nada de lo que pueda decir, gritar. Porque todo lo que estoy callando y que me aprieta acá en el medio de la panza mientras me cuesta respirar, no sé qué es. No sé qué nombre ponerle. No sé para qué lado correr para escaparme de esto. Se están rompiendo las letras, se está rompiendo algo en mí, no quiero, no puedo, no necesito todo esto. El terror, el terror que te hace llorar, pero llorar a los gritos, llorar y parar de teclear, llorar por el estallido final que no llega. Freno, paro, borro, intento respirar, pero no me sale. Y la gente no entiende cuando pedís realidad, no entienden lo de los ojos, no entienden lo de mirarse, lo de los gestos, el aire, cómo sonreís, mirá como sonreímos, mirá como todo esto desaparece, en un gesto, en un milagro de dos personas mirándose a los ojos y sonriendo. O tal vez lo entienden, y no lo necesitan de la misma forma que lo necesita uno. Y es lo más entendible del mundo, cómo mierda van a necesitar lo mismo dos personas que no saben qué tan coloradas se ponen las mejillas cuando se siente la vergüenza en la piel, dos personas que no saben qué tan fuerte ríen los dos juntos del mismo chiste, no hay forma de unir mundos que no tienen ganas de unirse. Y estás todo el tiempo obligándote a encajar en un tetris que se parece más a un ajedrez, y vos sos el peón que se mande de una y es al primero que comen, siempre sos el primero al que comen, y cuando lo volvés a intentar, no lo pensás, hacés los mismos movimientos. Otra vez, perdiste. Y ves toda la partida desde afuera, desde un costado. Fuiste el primer que perdió, y ahora qué hacés con todo este tiempo muerto hasta que todo vuelva a encajar.
Sos un tetris sin colores, sin fichas que encajen. Eso es tu estomago que no para de llorar acidez. Sos vos, en se dolor de cabeza constante, en el ruidito de las teclas que se van rompiendo, en una Spotify que se interrumpe con unas propagandas de mierda que te hacen asustar porque tenías el volumen muy alto. Sos algo que no sabes muy bien qué sos, pero hace un tiempo venís intentando explicarte, para leerte a vos mismo, hablándote a vos mismo, viendo quién mierda sos e intentando entender por qué tantos desbordes que creés que son inmaculados pero si cerrás los ojos y si respirás y si te obligás a respirar y a respirar, podés frenar. A tiempo. Sin necesidad de hacer todas estas giladas una y otra vez. Giladas que no se entienden por qué. Ni vos entendés qué es lo que te nace del medio del estomago, la furia, la tristeza, la angustia y todo eso que tomás para intentar dormir pero que te tiene enfrente de un monitor, bajando, bajando, respirando. Respirá. Te juro que en otro momento sigo con todo esto de tratar de entender sobre el destiempo, y por qué no puede haber una mirada real que nos una y nos mantenga, dos manos que se estiren y se alcancen y se miren, y todo esto se salve y nunca más tengas que volver a descargar en palabras que nadie entiende.


13.7.17

Tengo el alma hecha pedazos y a partir de acá,
No me hago cargo de nada.
No te acerques tanto que te puedo lastimar
Y no me hago cargo de nada.

Tengo los ojos cada vez más abiertos. Hace un rato me asusté. En el colectivo había un pibe que tenía los ojos enormes y  no parpadeaba. Lo miré por dos minutos y no parpadeaba. Por un instante pensé que era un espejo, que me estaba mirando a mí, y me asusté. El cerebro seco debe sonar a frase sin sentido, invento putrefacto de algo que quiere ser pero no sabe qué. Tengo el alma hecha pedazos escucho mientras se abre la puerta del colectivo. Bajo el escalón con ganas de que me lleve puesto un auto así puedo dormir, pero eso solo pasa en las películas que nunca vamos a escribir. No me hago cargo de nada me cantan mientas empiezo a caminar mirando el celular en búsqueda de un mensaje que me salve. Porque todos nos vemos bien o mal, buscando una salida en el cielo, o abajo, en la palma de la mano, mirando ese celular que hay que agarrar fuerte porque se le sale la tapita de atrás, como que se despega. Y busco mi cielo en un lugar que claramente no es. Aunque tampoco sé cuál sería mi cielo. “Hola, mi cielo”, y todas esas cosas que nunca nos dijimos por temor a lo empalagoso. Todos los sobrenombres que nunca nos dijimos. Algún día voy a editar algo que tenga ese nombre. Todos los sobrenombres que nunca nos dijimos. Debe ser porque yo no tengo sobrenorme. Nunca me pusieron uno en especial, más allá de los genéricos, de esos que aquél le dice a todos sus conocidos. Los sobrenombres y la tregua. Necesito una tregua que me saque de acá, ya. Que me rompa de mi, escapar de mi y que todo se termine de una vez. Qué difícil esto de hacerme el pillo para terminar siendo un cagón que no puede salir a ningún lado. Y la excusa de estirar esto para seguir distanciado de la almohada. Es que me da miedo. Te puedo contar los últimos cuatro sueños que tuve. Casi con lujo de detalles. Pero prefiero callarlos porque, ya ves, me angustié. Esta sensación de despertar agitado, de querer gritar, de la angustia que te persigue en forma de sueños que son pesadillas pero que tienen un olor especial, de esos que al principio no espantan. Y, de repente, te ves corriendo o escondido atrás de la puerta. Te acostás contra la puerta para que nadie la abra, para que no la rompan, para que no me saquen de acá. Y despertás es una estúpida embriaguez que te hace creer que estás a salvo con los ojos abiertos. Que nadie te va a romper la puerta, nadie te va a agarrar, nadie te va a… rescatar. Pero, fantineala un segundo y pregúntate cómo es eso de temer que te rescaten, si acabás de estar bajo la ducha apagada a los gritos pidiendo que alguien te venga a rescatar. ¿Rescatar?, ¿o todo lo puesto? ¿y qué sería lo opuesto? No sé si poner en el currículum que soy un buscador de milagros constantes para salvarme. Es que no sé en qué apartado, en qué columna ponerlo, bajo qué título. Milagros de un minuto, de una frase, de algo que no llega a ser ni un abrazo. Y si es un abrazo, en el medio meto un chiste, me escapo, huyo, ¿cómo me voy a quedar abrazado si vivo con esta permamente sensación de inseguridad que me come el cuerpo y que me dice "pelotudo, cuando no te des cuenta, te van a venir las ganas de llorar y el mundo se va a reír". Otra semana en la que no morí, ni escribí, ni bailé, ni abracé. Y así puedo seguir todos los meses hasta el fin de esta botella de agua, que tomo toda las noches como Lisa y Bart, por temor a dormirme y que el escocés de mis sueños me abrace y no me deje ir nunca más. Inmortalizo mis ganas del mundo en hojas sin renglones, ni llego a ser esos accidentes a diario que nos sorprenden y nos revitalizan el alma. Hay accidentes a diario, y yo no soy uno de ellos. Escribo porque no sé cuál es la forma de salvarme, porque no encuentro forma de dormir todo esto, de callar el cuerpo que exige movimiento, que exige despertar pero que ni ganas tiene de levantarse de esta silla a la que le falta un tornillo. No me puedo ladear, no me puedo poner de lado, me voy a caer y se va a romper. Como este reproductor que no para de sonar. No te acerques que te puedo lastimar. Soy esta peste que te distrae unos segundos, que te descoloca, que te habla en una voz que sale de una boca que no puede modular. Arrastro la lengua, por eso escribo. No puedo hablar. El ejercicio de no hablar de nosotros dos, y del mundo, y de todo esto que insisto en no saber qué mierda es. Y de repente se me vuelve a escapar el plural, como se me escapó toda la vida, creyendo en la facilidad de la pluralidad, del nosotros inclusivos, de vos y de mi contra el mundo y a pesar del mundo. Pero queríamos otra cosa, yo no quería salir de la almohada y nadie quiere arrastrar a nadie. Y empiezo a gritar, y empiezo a callar el grito, y qué mierda estamos haciendo hablando en plural, si acá no se trata de vos o de mi, se trata de esa calle mal asfaltada, de ese semáforo que dura más de dos minutos pero de tanto sueño que tenemos no lo podemos celebrar. Es que estamos llegando tarde, vivimos llegando tarde, ¿sabés todas las alarmas que pongo cuando logro acostarme? Y las apago, las mato, como todas estas palabras que buscan ser magia, para que pueda dormir, para que se me cierren los ojos y no viva en una constante ensoñación, que no distingue si está garuando o nevando. Esto de no ser egoísta y de escuchar todas las historias que me hagan escapar de mí. ¿Por qué te creés que me la paso preguntando? Porque tus palabras cortan este silencio que me aturde y que me hace buscar en mi cosas que no sé cómo mierda encontrar. Te lleno de preguntas. Mañana me voy a olvidar y te voy a volver a preguntar. Entendeme. Soy Dory. Me reclamo un gesto en todos estos años, el gesto de bajar las armas, quiero descansar de una vez, tomarme una vida sabática de mí. Siempre se va a tratar de un gesto, de la piel y de los ojos que ven gestos. Pero todos estos gestos los guardamos entre los dientes, con temor a soltarlos. Tengo miedo de soltarlos. Pero también vivo con miedo a tragarlos y no poder saborearlos nunca más. Tengo miedo de todas estas palabras sin sentido, que me relajan y me aturden a la vez. No sé cómo dejar de escribir para poder irme a dormir. Necesito volver a parpadear.

7.7.17



¿En qué momento sabés que hay que frenar cuando estás a minutos de estrellarte pero no lo podés ver por tener los ojos empañados porque acabás de entender que estás arrastrando a alguien más?

El desencuentro eterno de vos y tu mundo. El silencio que queda después de desvestirte y que vean tus llagas, las escamas. El impulso desesperado por remar algo inremable. Mil formas para no hablar de la desesperación. El mundo se asusta, vos te asustás por ver lo que fuiste hace unos minutos atrás. Te aterrás de vos cuando te bajan las pulsaciones, cuando pensás en ayer. Pero hace un par de horas le hablabas a tu vos del futuro diciéndole que no te importaba cómo te ibas a ver en un par de horas. Y ahora te ves así, ahí. Impulsado contra un muro lleno de frases que dicen “Norman, vos sos un pelotudo”. Chocás, de lleno, y terminás así, con sueño, con el sueño que durante días no apareció. Con ese dar vueltas y vueltas sin poder estar allá del todo. Ibas y venías, dejabas de pensar e imaginabas pero sin poder apagar al mundo. Imaginabas terror, imaginabas sonrisas. Todo de forma discontinua. Como esto. Como vos cuando creés que estás avanzando pero estás arrastrando los pies.

Cuando perdés las llaves, cuando se te rompe el cosito que mide la intensidad, cuando no encontrás formas para estabilizar.

El desencuentro de mis ojos con esa línea, con esas marcas, con la cinta que anuncia el peligro. Camino corro en mil formas distintas para todos lados con los pies abiertos primero piso con los dedos primero piso con el talón en el medio se te acalambra una pierna pero no podés parar porque estás llegando tarde a un lugar al que no sabés muy buen cuál es. Pero vas. Impulsado, impulsado por tus ganas de ser de sentir de mirar de abrazar de gritar de parar ese impulso al que no sabés cómo mierda ponerle una coma. De lleno. Contra esto.

Contra el “Norman, sos un pelotudo”.

Contra el “Norman, si no te calmás vos, el mundo no te va a calmar”. ¿De qué calma me hablás, si acá ya no existe eso? Preguntás mientras te reventás la frente contra los azulejos del baño con esa lluvia que te quema la piel pero que te hace despertar y gritar en silencio.

Al borde del anden, al borde del precipicio. Como toda la vida. Como todas tus historias, como todos los días. Y estás esperando que alguien te empuje o te agarre, pero ni vos sabés cómo te mantenés en pie, porque ya no tenés pies, porque no tenés cuerpo, porque no hay anden. Porque eso ya aburrió.

Tumbos, tumbos, palabras y promesas. Sueños emergen de un lado que te encanta porque los desconocías, porque los extrañabas, porque te cachetean, te sacuden. Te mueven. Vení, saltá, vaciate los bolsillos, te dicen. Y lo hacés, sin entender que no es un sueño, y que estás en el medio de la nada, saltando, mientras todos están sentados. Sin pensar que se está por romper ese suelo que es más endeble que tus ganas de saltar. Palabras que suenan hermosas pero que en algún punto llegan a su punto final.

O punto y aparte.

Porque se chocan con algo que no podés manejar, que podés flashear, que podés mirar e imaginar pero que nunca vas a poder controlar. Porque ni podés controlar esto. No podés controlar el impulso, el choque, el después. No podés juntar estos pedazos que quedan de vos ante cada estampida, ante cada destrucción. No estás en San Fermín, no sos ningún toro que corre enfurecido sin entender por qué, mientras alrededor borrachos y borrachas no paran de divertirse. Y vos,  que estás borracho de un vino amargo, no sabés que también te podés divertir. O, sí. Lo sabés. Pero te acabás de acordar que después de cada risa inventada viene esto, de cada sonrisa falsa y abrazo vacío viene esto. La pared, vos. El precipicio. Estuviste a veinte metros de enterrarte en la nieve, de caerte, de que las manos se congelen y se te enfríe el alma por siempre. Acá, cercá, con el mundo que dice no conocer la frialdad, la muerte, tu congelamiento y su falta de calor. Dejá de quejarte de la transpiración, disfrutá de este calor, que cuando no lo tenés, te ponés tres pares de mierda, de medias para que no se te congelen los ojos con todo eso que no está saliendo y que salió una vez en una abrazo pero que vos mismo congelaste. Te congelaste. Te enfriaste. Imbécil. Imbécil. Congelaste el llanto y ahí quedó, perturbado, perpetuo hasta que no te revientes de nuevo la cara contra esta pared que te está saludando y te está invitando y te está llamando. Estuviste a veinte metros de morirte enterrado en la nieva, de caerte, el humano deforme que cree que entiende todo pero que no sabe un carajo de nada. Lleno de miedo y de terrores, de promesas que nunca vas a cumplir, por tu falta de compromiso con vos, por el miedo que te da la confianza, la palmada en la espalda, el beso, el abrazo, el todo va a estar bien, y dos humanos mirándose a los ojos, diciéndose que no van a estallar, que no se van a estrellar.

Andamos regalando palabras sin tener en cuenta las connotaciones para las personas que las escuchan. Jugamos con el mundo, creemos que somos el universo cuando sos un simple imbécil que muere con cada coma, que cree que sabe cuando tiene que ir un punto o una coma, que dice sin pensar, como esos últimos suspiros en los que pedís por algo que no sabés muy bien qué es.

El difícil momento en el que te das cuenta que estás remando porque no tenés nada más que hacer, porque creés que ese mundo va a rescatar las sonrisas que tenés encanutadas, los abrazos que tenés retenidos. La estupidez patriótica de remar en dulce de leche, qué mierda es eso si vos estás remando en sentimientos. Y te cagás de risa porque no podés gritar. Son casi las dos. Pero tu cabeza no para, hace días que no para. Y no sabés cuándo la vas a estrellar contra esa canilla que no cierra bien.

¿Por qué estoy remando? ¿Qué es esto de creer que en el rescate? Entender que vos sos tu ejército de salvación, que nadie es la cruz roja de nadie, que si te morís obeso y atragantado de palabras que no sabés decir, nadie pero nadie pero nadie va a venir a darte una palmadita en la espalda para que eructes, el provechito para que arranques y vomites todas estas palabras que no paran de ahogarte. Desangrate en palabras que creés que son verdaderas pero son caminos sin salidas, sin rotondas, sin pavimento. Se te rompe el auto que no sabés manejar, que te da miedo manejar. Como la vida, que no sabés cómo mierda hacer para manejarla.

¿Y qué es esto, si te duelen los brazos, si te duelen las palabras, para qué, si no estás yendo a ningún lado, si no estás llegando a nadie, si ya te alejaste de vos? Y te pasás la vida alimentando egos para que el tuyo esté ahí, escondido, creyendo que sos feliz mientras decís palabras hermosas a gente que no conocés, mientras les hablás de la eternidad que tienen sus ojos cuando no creés ni en tu propia eternidad.

Y ahora cómo hago para dormir mis pestes, estas voces que salen de mi boca en forma de llamas silenciosas e invisibles que nadie puede ver. Pero yo sí soy todo esto que ves, convertido en burbujas atadas a esa acidez de las siete de la mañana, cuando no te podés ni despertar, cuando no te querés ni despertar.

Dejar de remar contra la nada, dejar de querer abarcar todos los besos, todos los ojos. Asumilo, imbécil, no podés ni abarcarte a vos. Y toda esa gilada de abrazarte a vos para abrazar al mundo, en este preciso momento tiene sentido, aunque después de este punto final digas que querés borrar todo, porque todo esto es mentira, es un invento de tu impulso que no te deja releer, que no te deja mirar, que no te deja frenar, como estas comas, que salen, por salir, sin sentido, que podrían no estar, pero, mirá, este es el impulso, que no para, que me quema la cabeza, que en un par de minutos, segundos, después del punto final, te va a hacer putear, vas a querer borrar todo, porque esto no tiene sangre, no tiene ese abrazo que te haga arrancar las lagrimas que te están haciendo enfermar, porque esto no tiene nada pero nada pero nada de vida. Ya está, no te sofoco más, ahora sí podés respirar.