23.8.14

Se han hecho libros, hijos, artículos, películas y tantas otras mierdas para hablar del amor. O para explicarlo y así entenderlo, o para entenderlo y así explicarlo.
En todos los países, en todos los años (¿en todos?), cada pareja, cada insomne, cada despechado, cada desolado, cada abandonado.
Y acá, también.
Después de escuchar cientos y cientos de canciones de amor, de haber leído varios libros de amor, y, especialmente, después de haber visto corazones a través de miradas, de caricias, uno empieza a entenderlo. O a creer que lo entiende. Porque ese es uno de los problemas, empezamos por no entenderlo, y cuando creemos que lo estamos entendiendo, pum, nos volvemos a perder.
Un mariposeo en la panza, una empatía hasta en la uña que se quiebra. 
Hijos, nietos, bisnietos.
Reproducción sexual.
Un pito en una concha, un niño adoptado por una pareja del mismo sexo que se ama, un vientre alquilado, esperma congelado.
Todo eso puede ser amor, seguramente sea amor, por qué no serlo.
Después, tal vez nos arrepentimos, o fue inesperado, o fue equivocado, o fue de sopetón, que es todo lo mismo.
Tal vez, nunca nos arrepentimos, y la semillita del amor germinó.
Final feliz, viejitos los dos, hasta la tumba agarrados de la mano, toda la familia nos llora.
Faaaahhh, qué lindo amor, pucha digo.
Y, de repente, me acuerdo de esas parejas de tantos años, que cuando fallece uno, el otro se muere de tristeza.
O me acuerdo de la historia de Galeano, las hormiguitas que deciden morirse juntos, en pareja, de a dos.
Y por qué no recordar los finales felices de las películas, las historias de Disney, los dibujitos de la princesa y el príncipe, o las historias entre ricos y pobres, o los amores a distancia. O toda esa bola.
No soy padre, tal vez, cuando lo sea una de las primeras cosas que le diría es: la vida no siempre es así. Claro, utilizo el “siempre” porque algo de ingenuo sigo teniendo. Además, cómo fulminarle las ilusiones de los finales felices, o de las historias, transcurso, tramas, desenlaces, principios, vueltas a empezar, vueltas a terminar.
El primer amor, qué viva el primer amor como si fuera el último. Aunque tenga menos de 15 años, aunque no sepa hacerse la paja. Que crea que ese amor es para toda la vida. Y que después se estrole. O no. Que se haga percha contra la realidad, o no. Digo o no, porque, aunque no lo crea, todavía existen esos amores de adolescentes que aún de viejitos y viejitos, se siguen besando, se siguen amando. Qué ternura.
O no.
O sí.
O no.
O, quién sabe.
A mí me gustan las películas con finales felices. Entiéndase final feliz como el momento, antes de los créditos, en el que los personajes principales se besan dando por finalizado una historia que seguramente tuvo idas y venidas, complicaciones, imposibilidades para que ese beso no se concrete. Sí, lloro con finales así. El problema, es que a medida que pasan los años, y las películas, necesito saber más. Bueno, ahora cómo hacen. Ahora cómo conviven con ese beso, ahora cómo hacen de ese final feliz un continuo feliz. Por esta razón, bah, no sé si por esta razón, porque no sé si tiene relación alguna, también me gustan las historias sin finales felices. Las que podríamos llamar historias más reales, menos disneylizadas. En las que el beso no se concreta, o se concreta pero no para que termine inmediatamente ahí. Esas películas que muestran que ese beso o no beso, no debían ser, no coordinaban, no sé merecían. Aunque, hablar de merecimiento es un tanto estúpido, cruel.
También lloro con esos finales no felices.
Porque lloro por amor, y lloro por no amor. Medio maricotas.
Lloro porque sé que esos dos personajes, tal vez, no se merecen, no se necesitan, no concuerdan. O lloro, porque tal vez, en otro momento, en una secuela de la película, secuela real o imaginaria, se vuelven a encontrar y se pierden en un mundo de pasión, caricias, y amor. Y bla.
La gran mayoría, lamentablemente, creo, espero que no sea así, o sí, no sé, para qué ser optimista si se es pesimista al mismo tiempo, la gran mayoría, o no, cree que las ficciones con historias felices arruinan la vida. Y puede ser, o todo lo contrario, nos dan un poco de esperanza.
El tema es que en una hora y media de película, o en ciento cuarenta y dos capítulos, o en seis temporadas o en seiscientas dos hojas, nadie te puede explicar cómo se vive el amor.
Porque el amor se vive, no es que queda todo congelado, petrificado, en el amor. Uf, listo. Amor. Ya está. ¿Se acabó el mundo? Bienvenido sea Club de la Pelea.
¿Cómo se sigue, cómo se vive?
¿Cuántos miles de millones de seres humanos habemus habitando la tierra? No sé, me da paja guglearlo, además, si lo hago, pierdo el hilo y empiezo a linkear pelotudeces y termino en que el pope tuvo cago liquido por dos días seguidos.
Ponele, somos muchos. Eso alcanza.
Somos muchísimos seres humanos. Por lo cual, la pregunta es, ¿por qué nos enamoramos tan pocas veces habiendo taaaanta gente?
O, ¿cómo es eso de las almas gemelas? Vení, explícamelo, porque no entiendo. O quiero hacer que no entiendo. O entiendo y me hago el boludo. O directamente no entiendo. Ponele que creo. Pero… ¿y entonces? Y si está en indonesia, y yo acá rascándome el ombligo encerrado en mi cuarto. Uh, de sólo pensarlo lloro. Además, viajar a Indonesia, qué lejos, por ahora no. Hoy, no.
Somos miles de corazones latiendo al mismo tiempo. Miles de cabezas procrastinando al mismo tiempo. Y somos menos, los que aparecen en nuestro entorno, y un poquito más allá, con las hormonas encalzadas, bien peinadas, bien empilchadas, tirando vocablos, mirando. Somos tantos, y nos enamoramos tan poco,  porque creemos que el amor es algo que está allá, lejos; o nos enamoramos tanto, porque creemos que el amor es algo que está acá, cerca.
No importa cómo nos enamoramos, ni cuántas veces, ni de quién. Porque hay quienes creen en que hay sólo un amor en todo la vida, y hay quienes creen “si pude amar así a esta persona, significa que puedo amar así a otra”. Hay quienes creen en tantas pelotudeces que piensan sacras, o que creen que piensan pelotudeces que en realidad no lo son. Hay tanto, tanto sentir.
Pará, pará. Porque acá algunos van a decir que no hay muchos sentir. Que hay uno solo, el que nos une como humanidad, el que nos une a la pacha, a la tierra, al sol, a la luna, y a la hormiga. Ok, hermoso, hermoso. ¿Y entonces?, si somos tan hippies ¿por qué nos hace doler el amor?
 No sé si hay uno solo o muchos sentir. No sé si el problema es la cabeza o el corazón, o todo junto, o vos, yo y todo el mundo.
No estamos hablando de guerras. O sí.
O no.
Tiene que ver con ese problemita del amor. Bello, hermoso, increíble experiencia del amor.
La hermosa experiencia de amar. De ser amado.
Desde el egoísmo, desde la empatía, desde la misantropía, desde mis cuatro paredes, desde el medio de la selva.
Desde dónde pueda.
Desde dónde surja.
Desde dónde nazca.
¿Puedo tomar prestado una frase hermosa? Gracias.
Amar la trama más que el desenlace.
Eso, amar la trama más que el desenlace.
Si desde pequeños, desde que somos retoños del señor, desde que creemos que nos llevamos el mundo por delante y que el amor es lo que inventó un tipo congelado, si desde ese momento entendiéramos la simple frase, canción, amar la trama más que el desenlace, uf. Sería todo tan distinto.
Ya no esperarías la secuela de la película, el segundo beso del beso final, el saber qué pasó con los amantes después del agradecimiento en los créditos del que hizo los sanguchitos.
Ya no esperarías.
Eso.
Ya no esperaríamos.
Porque vivimos esperando, porque vivimos esperando un amor que, puf, nos rompa la cabeza, nos rompa el alma, nos rompa el cuerpo, una cachetada, una trompada, un trasplante de corazón.  Vivimos esperando algo que nos cambie la vida, y siempre depositamos ese “cambiar la vida” en el amor, en el él, en el ella que nos haga dar vuelta el corazón, que nos haga revivir. Y que nos haga contar la historia de amor más linda del mundo.
Y hay veces que no pasa.
Hay veces que llega la caricia que creemos que nos da vuelta la vida, y no pasa nada. Y puteamos, y decimos esta persona no es, tal vez sea otra.
Y así, todo el tiempo.
Hay un momento en el que dejás de pensar que el beso del final, el de antes de los créditos, el de la felicidad, es el desenlace. Hay un momento en el que preguntás: ¿Y ahora, cómo siguen?
Ahí es cuando empieza a picarte la trama y el desenlace. Ahí es cuando decís, la vida sigue, no termina en este beso.
No hace falta ser románticos para que termine en ese beso. Hace falta ser valientes.
O cagones, según lo que creen algunos, y bueno, no vamos a juzgarlos, somos tantos miles y miles. Y miles. Y miles.
Pero la vida sigue, y el amor, el amor es eso que no se puede explicar. O sí. El amor es la vida. EL amor es eso crucial, fulminante, que siempre está sucediendo. La trama.
 Oh, wow. Lo termino acá, buenísimo.
Pero no. Porque no quería decir nada de todo lo anterior. O sí.
El tema es que somos tantos miles, que cada uno siente y vibra (mirá que moderno, hippie, amoroso, pachamamístico) de maneras diferentes.
No hay que negar que es hermoso cuando encontrás a alguien que siente y vibra en tu misma sintonía. Es hermoso ese amor. Pero puede ser amor de amigo, de hermano, familiar. De lo que sea.
Pero, ¿cuándo no pasa? ¿Cuándo no vibrás en la misma sintonía que la persona que querés que esté a tu lado? ¿Te tenés que ir? ¿O tenés que intentar?
Cuando esa vibra sarasa, esa empatía, esa piel, están cerquita, a poquitos grados de distancia, que son enormes, pero poquitos, que no están tan lejos, que no están tan desfasados, qué se hace. Vení Disney y explícame.
Porque, ojalá, ojalá el mundo fuera mágico, naif, sincero, real, espontaneo, blanco, y todo lo que se puede relacionar con ese lado “bueno”, con el ideal de la bondad, con el ideal de la perfección. Ojalá.
Pero no siempre lo es.
Y está bueno que no lo sea, aunque no se note, está bueno, no hace mal la tempestad.
Si todos fuéramos piezas de un rompecabezas sería tan fácil, tan fácil. Y tal vez, para nada aburrido. O tal vez, super mega ultra aburrido. Quién sabe.
Pero, lamentable o afortunadamente, no somos piezas de un rompecabezas que encajan victoriosas con facilidad de un solo intento.
No somos piezas de un rompecabezas que se unen y se aman y estalla el mundo de tanto amor.
El mundo puede estallar si nos miramos, si sonreímos.
Pero el mundo va a estallar de amor, cuando sepamos que nadie ama como uno. Que todos aman de diferente forma.
Si no, si todos amaran de la misma forma, por qué todavía hay gente que muere sola sin un beso de despedida.
Hay que intentar entender. Hay que intentar entender que somos miles, y que cada uno tiene su historia, su pasado. Hay que intentar entender que somos miles de corazones latiendo a la par, algunos con arritmias, con insuficiencia cardíaca, con corazones viejos, trasplantados, otros recién nacidos.
Hay tantos corazones por ahí, que eso hace que sea hermoso que no todos amen de la misma forma.
Aunque, a veces, quisiéramos creer lo contrario. Aunque, a veces, insultemos porque no nos aman como nosotros amamos. Aunque, a veces, quisiéramos que nos amen como nosotros amamos.
No. No todos podemos amar de la misma forma. No todos podemos sentir de la misma forma. Cada uno tiene sus miserias, sus vicios, sus fallas. Cada uno tiene sus imperfectas perfecciones, cada uno es uno, amando, como puede.