19.7.17

I

Quiero escribir hasta que me sangren los dedos o hasta que el llanto no me deje seguir o hasta que me explote la pija y me tenga que pajear sí o sí o hasta que me canse y me pinte el sueño y me desilusione de todo esto al asumir que no voy a lograr nada y no voy a llegar nunca a vos como quiero hacerlo.
Pero a la vez no quiero que esa desilusión de la realidad me afecte y me haga abandonar esto.
Entonces dejo de teclear y pienso en qué puede ser esto,para volver a teclear sin saber a dónde voy y qué palabras voy a utilizar. No tengo idea. 30 minutos pasaron de la medianoche, y, ahora, quiero escribir toda la noche, todo el día. Cancelar mis obligaciones bajo el sol.
Quiero no terminar esto, que siga. Que sea lo más extenso que alguna vez haya descargado de mí. Y que me sienta completamente vacío y en paz. Sin pensamientos, sin nada que circule por el cuerpo y la mente. Y que nunca más tenga que volver a vomitar.
La frase y Dolina y el mundo diciendo que todo lo que hacen los hombres es para coger. Y el machismo y el patriarcado y todo eso que conocemos.
La realidad es que todo lo que hacemos es para buscar cariño, para sentir cariño. Sentir cariño en el coito, sentir cariño cogiendo, sentir cariño en el abrazo, sentir cariño siendo admirado, siendo gustado, sintiéndose interesante. Cariño de la forma que sea. Siendo de la forma que sea.
Y esto claramente habla de la deficiencia que tengo para los vínculos, para el cariño, para no escaparme. Vivir en la urgencia necesidad de vivir escapando. Todo el tiempo, de hacer cagadas. De abarcar todo, de tenerle miedo al infinito pero querer sentir ese infinito y querer abarcar todos los abrazos y las miradas y los silencios y que nada alcance porque ni nos abarcamos a nosotros mismos, no sabés lo que me duele cuando intento alcanzar mi espalda. ¿Hace cuánto que no te abrazás?
Querer vivir de madrugada para morir entre músicas y el teclado que no para de sonar. Pero esto no significa escribir, nunca lo significó. Son vómitos, escapes, desgarros. Qué palabra hermosa que es desangrar. Y significa tanto acá.
Las canillas desangran en gotas que en el medio del silencio te queman la cabeza. El ruido. Insoportable.
Las heladeras desangran, el ruido. Por favor, desconectala.
Los ruidos desangran del mundo. Vos desangrás en palabras que no llegan a ser palabras y que no entendés y que no sabés manejar. Estás podrido de alejarte, de alejar gente. Y el multitasking que no llega a llenar ninguna barrita de vitalidad, de cariño, de estamina, saltar de sonrisa que no llega a sonrisa en sonrisa que no llega a ser sonrisa. Viajar, el planisferio y la guía T dicen acá y acá y acá pero no podés llegar, te quedás a medio camino, la sube y el saldo negativo y todo eso que te da terror a tener que pedir que alguien te preste para el viaje. La vergüenza eterna. Qué mambito ese.
Y siempre vas a ser el plan C de alguien. Y aunque seas el plan A no te vas a dar cuenta, no lo vas a entender. Porque te vas a dejar tropezar por las piedras y todo eso que dicen que hay en el camino. La historia de tu vida en imágenes básicas, idiotas y sin el vuelo necesario para salir de tu mediocridad.
Siempre va a ver alguien mejor, siempre. Y es una cadena que no sabés dónde empieza. Sos el juego de la tele que se queda sin tiempo cuando tu cabeza intenta encontrar dónde empieza y dónde termina esa cadena.
No puedo hacerte tantas preguntas boludas, casi parezco psico. Y no es que no lo sea, es que creo que lo tengo controlado aunque la realidad me diga otra cosa.
Doce formas de alejarte.
Doce formas de percibirte.
Doce palabras que te hagan creer que puedo hacerte bien.  No, no puedo. No me sale.  Me faltaron dos. Siempre algo falta. Me falto yo. Nos faltamos los dos. ¿Vos también contaste si eran doce? Fueron diez.
No es que no pueda, no es que no quiera, es que no me sale eso de dormir temprano. Porque hay algo que me come el hígado y las ganas de la cama.
Ya ni tengo ganas de coger. Y salir, y todo eso. Y las charlas y las preguntas, hablar, decir y escuchar, el juego y la seducción, el conocer mundos, el punto, y la coma, y qué es toda esa obsesión de los mundos que no podés alcanzar y de los besos de despedida y de las bocas que buscan calor en medio de este frío de San Telmo que no para de congelar corazones. Que me mata a vos y a mi. Que ya mató el recuerdo de algo que nunca va a suceder. Sabés que hay un chiste de gallegos que habla de todo esto, pero no me acuerdo muy bien cómo es. Porque generalmente me olvido de todo. Olvidé el momento en el que vos, tu mundo, tus lastimaduras, tus sonrisas, tu pornografía, todo tu mundo se idealizó en mi. Entonces no sé muy bien cómo seguir. Cómo alcanzar. Cómo no ser pesado. Cómo ser no ser ni pasado. Asustar.
Y yo me pongo en tu lugar y si veo a un pelotudo que se la pasa haciendo estas cosas, no le hablaría más, ya me cansaría de explicarle que no y que no, a pesar de que tenga deforme los brazos de tanto remar. Remar en la nada y por nada. Porque acá no hay nada, ya lo entendió el resto del mundo, menos mis ganas de tu abrazo.
Abrazos como forma sanadora, como símbolos de paz. La reconciliación con el mundo. Invento que mi carta astral que alguna vez me hicieron y que no me acuerdo lo que me dijeron que dice, dice que necesito reconciliarme con el mundo a través de un brazo. Acaban de pasar y gritarme “ñoño” desde un altavoz. Pero yo no soy tan empalagoso, te lo juro. Es el momento, es la hora. Es la una de la mañana, son los días, es el año, es la vida, pero mi vida no es esto, o sí. Y ya quedé acá, estancado, hablando cursilerías para que en la vida real me convierta en una piedra, me congele y digas y preguntes “y todo eso que me prometiste, ¿dónde está?”.
No vamos a hablar de abrazos.
Vamos a hablar de terminar esto acá. Desde una virtualidad de decir terminar. Porque quiero seguir, porque no me cansé, porque no dije nada de nada de nada. No dije nada. No entiendo qué digo. No tiene sentido. Y hasta no encontrarle un sentido y algo que me haga vaciar de mi, no quiero parar. A pesar de esta desilusión, de que voy a dividir esto en decenas de partes (ojalá mi locura no llegue a tanto y me deje dormir) y te las voy a ir pasando, antes de que te duermas, de que te aburras de mi. Y te avisaré, y diré, que si no hay ganas no lo hagas. No hay forma de sostener esto. No tengo forma de sostener todo este mundo de abrazos y cariño que te estoy dibujando. Porque no sé dibujar. No sé hacer personas ni en palitos. No me salen. El futuro parkinson me acompaña desde el nacimiento, los nervios, la falta de estabilidad corporal, todos estos nervios que estallan en una mano que no puede filmar nada por más de dos segundos sin temblar, que no puede escribir a mano sin cambiar la caligrafía, el pulso, agradezcamos que no soy cirujano, te terminaría haciendo esto que me hago a mí, me abriría de formas deformes para terminar suturando con más deformidad, sin cerrar la cicatriz, sin un orden y una idea, para terminar muriendo desangrado. Sin nada de nada que pueda dibujar ni escribir ni DECIR que te haga sentir cercana a mí sin asustarte ni molestarte. La bestia, vos sos hermosa, yo soy esta bestia llena de miedos que quiere un poco de paz pero no puede ni soltar la paloma y esta bandera que quise pintar de blanco pero me quedo gris, casi negro. Cómo hago para frenar y animarme a mandar esto, a mostrar esto, cuando no hay nada que mostrar. No hay sentido, no lo hay. Lo admito. Esto no es nada. Lo asumo. Y por qué tengo que mostrártelo. Por qué tengo que compartirlo. Por qué.
Tal vez deba hacerlo para no volver a leerlo y borrar todo y pensar dos veces en lo que estoy haciendo, en lo que me estoy haciendo, no arrepentirme, no asquearme. Ya siento mucho asco, ya volvió la acidez. Me cuesta tragar, es esa toz que no llega a ser toz para sentir alivio unos segundos que tampoco llega a ser alivio. Si me vieras, no me verías. No te acercarías porque no puedo ni tragar estas palabras que robo de la música que suena de fondo mientras las propagandas y el reggaeton y no sé qué mierda de qué músico de mierda te quieren vender. Como esto que no sé qué se quiere vender de algo que no sé qué mierda dice de mi. Qué palabra hermosa mierda. Acá hay olor, estoy nauseabundo, el cuerpo, el alma, los ojos, hasta los anteojos están sucios y me da paja limpiarlos. Tengo que ir a ajustarlos. Pero no puedo salir, no puedo parar, me da tanto miedo dividir esto y que leas hasta acá y que me dejes de hablar y me dejes de mirar de esa forma que lastima pero que por lo menos me hace sonreír. El flagelo de esa mirada que destruye pero que es la única que hay. Y la acepto. Y mírame, por favor, mírame, de la forma que sea, aunque sea el paco destructivo y adictivo de las miradas, aunque prefiera que me mires con flores, rosas y budas en tus ojos, aunque prefiera que me mires con la mirada desnuda, llena de vos, de vos para conmigo, que busques la complicidad, el entendimiento y que el mundo afuera se termine de destruir y todo eso que una película nos enseñó pero que nunca nos contó qué sucedía después. Eso me da bronca. Terminan las películas ¿y ahora qué? Terminó, terminó ese fragmento, pero nosotros somos miles de fragmentos que nunca terminan, continúan, como esto que dije que iba a dividir pero todavía no empecé a hacerlo. Terminan las películas y qué mierda hago con mi vida. Por qué nadie me dice cómo tengo que seguir, cómo tengo que avanzar. ¿sabés por qué dejé tantas veces el psicólogo? Porque ninguno nunca me dijo qué hacer. Y yo necesito eso. Y, para hablar, y, para entenderme, me hablo acá, con idioteces, como un diario sin diario y sin íntimo. Y vos ya estás cansada de esto. Pero llegaste hasta acá. Y no sabés lo que me acaba de pasar. Me acabo de atragantar, tengo ganas de vomitar. Porque parece que esto no alcanza y todo termina volviéndose carne y real. Y esto nunca va a ser real. Ni vos. Ni yo. Ni todo lo que no podamos llegar a decirnos. Ni la promesa de que voy a continuar con esto. Ni la promesa de que voy a parar en algún momento para dormir aunque quiera eternidad.
Necesito que hablemos de la eternidad. De la finitud. Hay gente con tanto miedo a la muerte y a mi me da tanto terror la vida. Y me llena de vergüenza decirlo, y me llena de miedo decirlo. El miedo está en la mente. Me lo tuve que tatuar, para verlo todos los días, todo el tiempo, para que se me meta en la cabeza, para que no se me olvide como me olvido todo. Y una vez un tipito lo vio y dijo “uf”. Dijo “uf, es fuerte verlo todos los días”. Y yo pensaba que me iba a producir lo mismo, pero no pasa. Aunque hay días que lo siento, como ahora, cuando esto sale de las carpetas y de la intimidad. Regalar intimidad, desvastarse, regalarse, el problema de la modernidad. No me saco una foto mostrando lo que como. Te muestro las palabras que cago, que vomito, que no me dejan vivir. Iba a escribir que no me dejan ser, pero tal vez soy esto, tal vez no soy nada, tal vez voy a vivir en esa búsqueda constante del ser, de ser algo que no sé muy bien qué es. Lo logré, es bastante largo como “primera parte”. Si llegaste hasta acá a pesar de que te ganó el aburrimiento, sale una birra, sale un café. Te invito a sonreír, te lo juro. Ya tuviste tanto de mi caca mental que no vale la pena repetir. Además me da mucha vergüenza hablar de esto cara a cara. Cómo mierda voy a ir a presentarme ante la asociación de destructivos anónimos diciendo “hola, soy Norman y le tengo terror a la vida”. No se puede. Y me río. Porque no se puede. Porque para esto está esto. Bien al fondo, abajo. Donde nadie llega, porque la hice bien, y aburrí y asusté y alejé a muchas personas antes de que lleguen hasta acá. Como nos pasó a todos más de una vez.

1 comentario:

  1. “hola, soy yo y no puedo con la vida que se supone que tengo que vivir”

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