No es
lindo. La puta madre no es lindo. Cómo va a ser lindo el dolor. Cómo va a ser
lindo el producto del dolor. Me duele. Me desangro. Te digo que tengo ganas de
llorar, que no puedo más, y me decís que es lindo. La concha de los sin concha.
No es lindo nada. No es lindo esto. Estamos muriendo, desangrándonos por desamor. Por vacio. Estamos vacíos.
Me
felicitas. Te muestro unas palabras y me decís que son lindas, me felicitas.
¿lo estás diciendo en serio? No tiene metalenguaje esto, no tiene palabras ocultas.
Son simples. Necesito. No te estoy diciendo que me lleves a recorrer el mundo
entero. Te estoy diciendo que estoy enfermo. Y vos me felicitás.
A ver
si entendés. Está bien, no me vengas a salvar, todo bien. No caigamos en esa
caca mental de tener que salvarnos el uno al otro. Pero, por lo menos, antes de
felicitar, de decir “qué lindo”. Sentí un segundo. Sentí dos segundos. Sentí y cállate.
Sentí y vení a salvarme. No, ya dije que no. No hace falta que vengas. PERO
CALLATE Y SENTÍ. Y sentite a vos. Y sentí para ver si estás a salvo. ¿Estás a
salvo? ¿lo estás? Si es así, entonces sí, vení, y decime desde una tarimita que
son lindas las palabras. Pero no entendés que yo no quiero que me digas eso.
Yo
quiero sentir y quiero que sientas. Yo quiero que te salves. Que te cures, que
no desangres. Que el miedo no te paralice. Quiero que sientas un segundo, que
te llegue. Y si te llegan las palabras, buenísimo, digerilas, amalas,
difrutalas, pero no me digas que es lindo cuando me estoy muriendo. No me digas que te gusta, si me estoy
ahogando.
Cállate.
Un segundo. Sentí.
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