24.1.19


Soy el desencanto más horrible para amar, el más difícil. Siempre exagerando, y el egoísmo. El desencanto más difícil para amar. El de las intensidades y el equilibrio y los desequilibrios inminentes. El de todo ahora, ya, en este momento, antes de dormir. Pero de repente despierto envuelto en tu nombre, con las sábanas transpiradas y el alma empapada de vos, y ahí necesito algo más que un cuento de buenas noches que apague el insomnio que no nos deja amar.
Amar como quien dice amar.
Amar como quien repite amar pero sin animarse a hacerlo.
Dejarse a amar. Sacarle toda la carga, sacarle todo lo mitológico, lo telenovelesco, el drama y los prólogos.
Amar, como quien lleno de miedo va, enceguecido, creyendo en el sentimiento y en la realidad de la experiencia de estos besos, de nuestros besos.
Es cansador ver que se la pasan hablando de amor pero no se la terminan jugando. Hablo de jugársela no por una cuestión heroica o de autoayuda o de frases de afiches en la pared. Jugársela porque ya no se puede estar más hundido, ya no hay dignidad para seguir desgarrando. Jugársela para extendernos la mano, para saltar con rabia y con las manos apretadas, para mirarnos, sonreír y llenar de ternura lo devastado. Porque amar es sonreír juntos. Es esto de mirar la sonrisa que nos contagia. Esto de abrazar el abrazo que nos calma. No hay más que eso.
Del otro lado, o enfrente, o en el mismo lugar, está el miedo. Porque siempre va a estar, de todas las formas posibles, el que nos hace avanzar o el que nos hace frenar. El que no nos deja abrirnos, el que nos quita el abrazo que nos puede aplacar el miedo.
Aplacar el miedo, apaciguarlo, enfrentarlo con nuestro abrazo. Quiero enfrentar el miedo siguiendo el caminito que hace tu boca cuando se acerca a la mía. Quiero enfrentar el miedo escuchando tu voz, tus ruiditos, las formas que hace tu cuerpo cuando te reís. Enfrento el miedo cuando me pierdo en esas cartas de letras ilegibles, como cuando nos enredamos y somos adolescentes, apasionadamente adolescentes.
Enfrentar los miedos es querer parar el mundo y todo eso, sentirlo en la piel. Creer que no hay otra cosa. Que este es el climax. Pero sí hay, si hay más, con vos siempre hay más. La utopía que se corre un paso más, vos que en cada gesto me deslumbrás más. Nuestros besos diciendo que siempre hay algo más. O tal vez me lo dicen a mí, y no a vos. Pero nos falta lo de besarnos en cada esquina de la ciudad, una propuesta para engañarte y sacar tu lado competitivo, así me besás en todas las esquinas de esta ciudad de cemento, besos que pueden más que una ciudad inundada de desamor.
Animarse a amar, sin frases hechas, es animarse a perderse, saber que se puede estar todo el tiempo con ganas de llorar pero también con ganas de reír.
Es decirte, dale, boluda, déjame quererte.
Es pensarte antes de dormir. Es pensarte cuando me despierto. Es estar perdiendo la dignidad constantemente porque creo en los poderes mágicos de nuestros besos.
Y yo sé que vos también. Porque me lo dicen tus ojos, porque tu mirada no miente.
Pero también sé que vos también sabes que esos besos tienen espinas, que rompen, que lastiman, que hacen que llamemos y escuchemos el llanto en silencio, queriendo cortar el teléfono pero a la vez buscando palabras para rellenar la distancia.

Amar la construcción, amar el camino y toda esa gilada.

Amar el abrazo que nos calma, tus gestos, tus sonidos, decirte que extraño tu olor, mirarte sonreír. Besarnos con los ojos abiertos, como dos tontos que no entienden lo que está pasando. 
Y amar también es sinceridad, es saber decir o intentar decir o intentar la claridad. Es saber que esto no te lo voy a mostrar porque, aunque diga que amar no es algo grandilocuente ni heroico y que solo alcanza con ver lo que nos producen nuestros besos, estoy cagado de miedo de que vos no sientas el amor en nuestros besos.




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