“Quién pudo hacerte mal”, pregunta afligido, mirándola a
los ojos. Hay mucho brillo acá, brillan los ojos de él, brillan los ojos de
ella.
Quién pudo hacerte mal, le acaba de preguntar
retóricamente, dolido con el mundo, dolido por el dolor de ella, de alguna
forma la siente y se enoja consigo mismo porque no puede encontrar formas de
hacer desaparecer los restos de ese dolor.
No es un simple dolor, no es un simple hacer mal. Todo el
mundo hizo mal, todo el mundo tiene historias donde lastimó y donde fue
lastimado. Casi nadie puede salir indemne de besos desnudos y abrazos largos, porque
la rutina, porque los desencuentros, porque el egoísmo. Es difícil eso de
esquivar las astillas.
No es un simple dolor lo que lleva en la piel, no son
marcas que desaparecen con un par de cremas y exposiciones al sol. Son huellas
que duelen en su piel, en los huesos, en sus días, como tener que buscar la
salida de emergencia para saber dónde ir cuando tenga el impulso de escapar, y
eso puede ser en cualquier momento. De ver dónde están las llaves para tenerlas
a mano y salvarse. El dolor que hace que se esconda, se llene de capas y capas
de ropa. Que poca gente conozca su ternura, que se maraville por la ternura que
ve en el mundo sin maravillarse por la propia. Que no sienta su ternura por
temor a quedar expuesta. Él la mira, emocionado, pregunta “quién pudo hacerte
mal”. Y ella suspira. Suspira y no entiende por qué le tiembla el cuerpo.
Cuando se apaga la luz, ella mira. No cierra los ojos.
Quiere verlo. Ver esta realidad que la
llena de miedo porque se cruzan alertas para que esté atenta, para que vea por
dónde puede aparecer el dolor. Pero en su cabeza hay una batalla porque siente
que acá no puede haber dolor. Por eso no deja de sonreír. Y él le dice que no va
a haber dolor, de esos dolores que después son sombras. Le dice que se va a
quedar ahí, con ella, aún cuando la luz se prenda.
Ella le tapa la cara, los ojos, tiene miedo que él la
mire. Ese es el dolor que él quiere que superen juntos. Y hay un brillo recorriendo el lugar. Brillan
los ojos, brillan las manos. Entra poca luz por la ventana pero se miran y
saben que hay sonrisas. Entra poca luz y sonríen porque saben que ahora el
mundo es el reflejo de esas sonrisas.
Y esa pregunta que le hacía doler a él, tiene fecha de
vencimiento en el mismo instante que sonríen besándose. Con las luces prendidas
o apagadas, con las formas que tienen los cuerpos de reconocerse, manos que
recrean futuros en una espalda, dedos que hacen dibujos invencibles en la
cintura. Hay algo que es real, como ese temor al dolor, como esa consecuencia
del horror. Pero también es real que no dejan de sonreír.
Todavía ahora están sonriendo. Hace un rato sonreían para
evitar la tragedia del hasta luego. Ahora están en ese hasta luego e igual
siguen sonriendo.
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