9.4.18

El ridículo deseo de que esta vida nos alcance. A vos y a mí.
Lejos de morirme de desesperanza, me aferro a ese fino hilo de posibilidad dentro de este océano de imposibilidades.
Somos imposibilidad.
Quiero hablar en plural, quiero nombrarnos en plural.
Pero no existimos en plural.
Y hay un fuerte deseo de que tu imposibilidad se vuelva alcanzable, que caminemos las mismas cuadras una y otra y otra vez para no tener nunca una botella de vino vacía.
Y para la persona que seas posibilidad, el dolor de no ser cómo él.
¿Qué tanta verdad existe en que alguna vez vos y yo nos sentemos a comer los canelones de mi vieja?
Por qué no podemos saltar en el mismo metro cuadrado, mirándonos a los ojos, sonriendo y girando hasta caernos extasiados.
Forzar el destino, forzar el mundo.
Forzar el destino porque el destino es tan perverso que seguro dice que no hay un vos y un yo descalzos en la misma playa.
Y de qué color será la frazada que nos envuelva para ver el amanecer. Seguro, una invisible, estamos tapados, desaparecimos, porque en la imagen no estamos ninguno de los dos, porque no existimos, porque la invisibilidad me acompaña hace tiempo y ni poniéndome anteojos que expongan mi posición voy a quedar realmente visible ante tus ojos.
“Vivo en una B Metropolitana constante”, me decís. “Yo ni siquiera estoy afiliado”, te respondería pero para qué, si en realidad vos jugas la Champions League y yo ni siquiera puedo hacer música con el güiro.
Pero en esta ni llegaron a afiliarme, por falta de público, por falta de vida, porque nunca voy a dejar de ser tan amateur para vos. Y el día que llegue hasta vos, voy a poner todo el equipo atrás. Aunque mi menottismo me lo prohíba. Hablamos de jogo bonito pero cuando te vea no voy a poder ni tocar cinco palabras seguidas por el miedo que me das.
Hay pocos universos que dan miedo. Te pienso y tengo que prender la luz, cerrar los ojos, llevarme las manos a la cara. Y como siento que seguís ahí adelante, abro los ojos despacio, al mismo tiempo que abro los dedos y te espío entre el espacio que dejan los dedos entreabiertos. Te miro y no puedo entender qué hacés ahí. Andate, quiero gritarte, quedate, quiero sonreírte, quedate un poquito más, hasta que se derrita el reloj, hasta que me caiga de la cama y me de cuenta que todo es un sueño.
Sos imposibilidad.
No hay nada más concreto y real.
Entonces remo, hasta que me doy cuenta que no llego a ningún lado, porque ya lo dijo Galeano y la utopía tiene forma de tus piernas.
Desaparezco, me voy, me hundo en la almohada porque si en unas horas despertamos va a ser todo para mejor. Pero en realidad me acuesto para soñar. Para que en mi cabeza aparezca tu piercing haciendo juego con nuestras sonrisas, el chino de nuestras miradas acercándose lentamente, jugando a no besarnos y no parar de sonreír. En mi sueño me estás cantando, suena una de Drexler y te pido que nos vayamos a vivir a Uruguay, a escaparnos un rato, que en el Buquebús no vamos a marearnos pero sí a cagarnos de frío, pero que no nos preocupemos porque vamos a encontrar un abrazo que nos de calor.
Y a vos no te gusta eso del abrazo, pero me acerco al frío para poder acercarme a vos.
Y me despierto. Y no suena tu canción.
Y todo lo que es imposible en este mundo, en cuál será realidad. Necesito vivir en ese mundo una vez, un día, dos meses, una existencia.
Como necesito vivir en el plural.
Como necesito vivir en el vos y yo.
Como que mires la agenda, como que mires en qué día, pronto, antes que se extinga esta llama de querer vencer la imposiblidad, como que mires la agenda y espontáneamente me digas, hoy, a tal hora. Y me pruebe mil ropas para ver con cuál me veo menos impresentable. Y llegue tarde porque recorrí kisokos y kioskos porque en ninguno cargan sube, porque seguramente pase eso, cuando nos veamos, la sube va a estar en negativo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario