Se han
hecho libros, hijos, artículos, películas y tantas otras mierdas para hablar
del amor. O para explicarlo y así entenderlo, o para entenderlo y así
explicarlo.
En
todos los países, en todos los años (¿en todos?), cada pareja, cada insomne,
cada despechado, cada desolado, cada abandonado.
Y acá,
también.
Después
de escuchar cientos y cientos de canciones de amor, de haber leído varios
libros de amor, y, especialmente, después de haber visto corazones a través de
miradas, de caricias, uno empieza a entenderlo. O a creer que lo entiende.
Porque ese es uno de los problemas, empezamos por no entenderlo, y cuando
creemos que lo estamos entendiendo, pum, nos volvemos a perder.
Un
mariposeo en la panza, una empatía hasta en la uña que se quiebra.
Hijos,
nietos, bisnietos.
Reproducción
sexual.
Un pito
en una concha, un niño adoptado por una pareja del mismo sexo que se ama, un
vientre alquilado, esperma congelado.
Todo
eso puede ser amor, seguramente sea amor, por qué no serlo.
Después,
tal vez nos arrepentimos, o fue inesperado, o fue equivocado, o fue de sopetón,
que es todo lo mismo.
Tal
vez, nunca nos arrepentimos, y la semillita del amor germinó.
Final
feliz, viejitos los dos, hasta la tumba agarrados de la mano, toda la familia
nos llora.
Faaaahhh,
qué lindo amor, pucha digo.
Y, de
repente, me acuerdo de esas parejas de tantos años, que cuando fallece uno, el
otro se muere de tristeza.
O me
acuerdo de la historia de Galeano, las hormiguitas que deciden morirse juntos,
en pareja, de a dos.
Y por
qué no recordar los finales felices de las películas, las historias de Disney,
los dibujitos de la princesa y el príncipe, o las historias entre ricos y
pobres, o los amores a distancia. O toda esa bola.
No soy
padre, tal vez, cuando lo sea una de las primeras cosas que le diría es: la
vida no siempre es así. Claro, utilizo el “siempre” porque algo de ingenuo sigo
teniendo. Además, cómo fulminarle las ilusiones de los finales felices, o de
las historias, transcurso, tramas, desenlaces, principios, vueltas a empezar,
vueltas a terminar.
El primer
amor, qué viva el primer amor como si fuera el último. Aunque tenga menos de 15
años, aunque no sepa hacerse la paja. Que crea que ese amor es para toda la
vida. Y que después se estrole. O no. Que se haga percha contra la realidad, o
no. Digo o no, porque, aunque no lo crea, todavía existen esos amores de
adolescentes que aún de viejitos y viejitos, se siguen besando, se siguen
amando. Qué ternura.
O no.
O sí.
O no.
O,
quién sabe.
A mí me
gustan las películas con finales felices. Entiéndase final feliz como el
momento, antes de los créditos, en el que los personajes principales se besan
dando por finalizado una historia que seguramente tuvo idas y venidas,
complicaciones, imposibilidades para que ese beso no se concrete. Sí, lloro con
finales así. El problema, es que a medida que pasan los años, y las películas,
necesito saber más. Bueno, ahora cómo hacen. Ahora cómo conviven con ese beso,
ahora cómo hacen de ese final feliz un continuo feliz. Por esta razón, bah, no
sé si por esta razón, porque no sé si tiene relación alguna, también me gustan
las historias sin finales felices. Las que podríamos llamar historias más reales,
menos disneylizadas. En las que el beso no se concreta, o se concreta pero no
para que termine inmediatamente ahí. Esas películas que muestran que ese beso o
no beso, no debían ser, no coordinaban, no sé merecían. Aunque, hablar de merecimiento
es un tanto estúpido, cruel.
También
lloro con esos finales no felices.
Porque
lloro por amor, y lloro por no amor. Medio maricotas.
Lloro
porque sé que esos dos personajes, tal vez, no se merecen, no se necesitan, no
concuerdan. O lloro, porque tal vez, en otro momento, en una secuela de la
película, secuela real o imaginaria, se vuelven a encontrar y se pierden en un
mundo de pasión, caricias, y amor. Y bla.
La gran
mayoría, lamentablemente, creo, espero que no sea así, o sí, no sé, para qué
ser optimista si se es pesimista al mismo tiempo, la gran mayoría, o no, cree
que las ficciones con historias felices arruinan la vida. Y puede ser, o todo
lo contrario, nos dan un poco de esperanza.
El tema
es que en una hora y media de película, o en ciento cuarenta y dos capítulos, o
en seis temporadas o en seiscientas dos hojas, nadie te puede explicar cómo se
vive el amor.
Porque
el amor se vive, no es que queda todo congelado, petrificado, en el amor. Uf,
listo. Amor. Ya está. ¿Se acabó el mundo? Bienvenido sea Club de la Pelea.
¿Cómo
se sigue, cómo se vive?
¿Cuántos
miles de millones de seres humanos habemus habitando la tierra? No sé, me da
paja guglearlo, además, si lo hago, pierdo el hilo y empiezo a linkear
pelotudeces y termino en que el pope tuvo cago liquido por dos días seguidos.
Ponele,
somos muchos. Eso alcanza.
Somos
muchísimos seres humanos. Por lo cual, la pregunta es, ¿por qué nos enamoramos
tan pocas veces habiendo taaaanta gente?
O,
¿cómo es eso de las almas gemelas? Vení, explícamelo, porque no entiendo. O
quiero hacer que no entiendo. O entiendo y me hago el boludo. O directamente no
entiendo. Ponele que creo. Pero… ¿y entonces? Y si está en indonesia, y yo acá
rascándome el ombligo encerrado en mi cuarto. Uh, de sólo pensarlo lloro.
Además, viajar a Indonesia, qué lejos, por ahora no. Hoy, no.
Somos
miles de corazones latiendo al mismo tiempo. Miles de cabezas procrastinando al
mismo tiempo. Y somos menos, los que aparecen en nuestro entorno, y un poquito
más allá, con las hormonas encalzadas, bien peinadas, bien empilchadas, tirando
vocablos, mirando. Somos tantos, y nos enamoramos tan poco, porque creemos que el amor es algo que está
allá, lejos; o nos enamoramos tanto, porque creemos que el amor es algo que
está acá, cerca.
No
importa cómo nos enamoramos, ni cuántas veces, ni de quién. Porque hay quienes
creen en que hay sólo un amor en todo la vida, y hay quienes creen “si pude
amar así a esta persona, significa que puedo amar así a otra”. Hay quienes
creen en tantas pelotudeces que piensan sacras, o que creen que piensan pelotudeces
que en realidad no lo son. Hay tanto, tanto sentir.
Pará,
pará. Porque acá algunos van a decir que no hay muchos sentir. Que hay uno
solo, el que nos une como humanidad, el que nos une a la pacha, a la tierra, al
sol, a la luna, y a la hormiga. Ok, hermoso, hermoso. ¿Y entonces?, si somos
tan hippies ¿por qué nos hace doler el amor?
No sé si hay uno solo o muchos sentir. No sé
si el problema es la cabeza o el corazón, o todo junto, o vos, yo y todo el
mundo.
No
estamos hablando de guerras. O sí.
O no.
Tiene
que ver con ese problemita del amor. Bello, hermoso, increíble experiencia del
amor.
La
hermosa experiencia de amar. De ser amado.
Desde
el egoísmo, desde la empatía, desde la misantropía, desde mis cuatro paredes,
desde el medio de la selva.
Desde
dónde pueda.
Desde
dónde surja.
Desde
dónde nazca.
¿Puedo
tomar prestado una frase hermosa? Gracias.
Amar la
trama más que el desenlace.
Eso,
amar la trama más que el desenlace.
Si
desde pequeños, desde que somos retoños del señor, desde que creemos que nos
llevamos el mundo por delante y que el amor es lo que inventó un tipo
congelado, si desde ese momento entendiéramos la simple frase, canción, amar la
trama más que el desenlace, uf. Sería todo tan distinto.
Ya no
esperarías la secuela de la película, el segundo beso del beso final, el saber
qué pasó con los amantes después del agradecimiento en los créditos del que
hizo los sanguchitos.
Ya no
esperarías.
Eso.
Ya no
esperaríamos.
Porque
vivimos esperando, porque vivimos esperando un amor que, puf, nos rompa la
cabeza, nos rompa el alma, nos rompa el cuerpo, una cachetada, una trompada, un
trasplante de corazón. Vivimos esperando
algo que nos cambie la vida, y siempre depositamos ese “cambiar la vida” en el
amor, en el él, en el ella que nos haga dar vuelta el corazón, que nos haga
revivir. Y que nos haga contar la historia de amor más linda del mundo.
Y hay
veces que no pasa.
Hay
veces que llega la caricia que creemos que nos da vuelta la vida, y no pasa
nada. Y puteamos, y decimos esta persona no es, tal vez sea otra.
Y así,
todo el tiempo.
Hay un
momento en el que dejás de pensar que el beso del final, el de antes de los
créditos, el de la felicidad, es el desenlace. Hay un momento en el que preguntás:
¿Y ahora, cómo siguen?
Ahí es
cuando empieza a picarte la trama y el desenlace. Ahí es cuando decís, la vida
sigue, no termina en este beso.
No hace
falta ser románticos para que termine en ese beso. Hace falta ser valientes.
O
cagones, según lo que creen algunos, y bueno, no vamos a juzgarlos, somos
tantos miles y miles. Y miles. Y miles.
Pero la
vida sigue, y el amor, el amor es eso que no se puede explicar. O sí. El amor
es la vida. EL amor es eso crucial, fulminante, que siempre está sucediendo. La
trama.
Oh, wow. Lo termino acá, buenísimo.
Pero no.
Porque no quería decir nada de todo lo anterior. O sí.
El tema
es que somos tantos miles, que cada uno siente y vibra (mirá que moderno,
hippie, amoroso, pachamamístico) de maneras diferentes.
No hay
que negar que es hermoso cuando encontrás a alguien que siente y vibra en tu
misma sintonía. Es hermoso ese amor. Pero puede ser amor de amigo, de hermano, familiar.
De lo que sea.
Pero,
¿cuándo no pasa? ¿Cuándo no vibrás en la misma sintonía que la persona que
querés que esté a tu lado? ¿Te tenés que ir? ¿O tenés que intentar?
Cuando
esa vibra sarasa, esa empatía, esa piel, están cerquita, a poquitos grados de
distancia, que son enormes, pero poquitos, que no están tan lejos, que no están
tan desfasados, qué se hace. Vení Disney y explícame.
Porque,
ojalá, ojalá el mundo fuera mágico, naif, sincero, real, espontaneo, blanco, y
todo lo que se puede relacionar con ese lado “bueno”, con el ideal de la
bondad, con el ideal de la perfección. Ojalá.
Pero no
siempre lo es.
Y está
bueno que no lo sea, aunque no se note, está bueno, no hace mal la tempestad.
Si
todos fuéramos piezas de un rompecabezas sería tan fácil, tan fácil. Y tal vez,
para nada aburrido. O tal vez, super mega ultra aburrido. Quién sabe.
Pero,
lamentable o afortunadamente, no somos piezas de un rompecabezas que encajan
victoriosas con facilidad de un solo intento.
No
somos piezas de un rompecabezas que se unen y se aman y estalla el mundo de
tanto amor.
El
mundo puede estallar si nos miramos, si sonreímos.
Pero el
mundo va a estallar de amor, cuando sepamos que nadie ama como uno. Que todos
aman de diferente forma.
Si no,
si todos amaran de la misma forma, por qué todavía hay gente que muere sola sin
un beso de despedida.
Hay que
intentar entender. Hay que intentar entender que somos miles, y que cada uno
tiene su historia, su pasado. Hay que intentar entender que somos miles de
corazones latiendo a la par, algunos con arritmias, con insuficiencia cardíaca,
con corazones viejos, trasplantados, otros recién nacidos.
Hay
tantos corazones por ahí, que eso hace que sea hermoso que no todos amen de la
misma forma.
Aunque,
a veces, quisiéramos creer lo contrario. Aunque, a veces, insultemos porque no
nos aman como nosotros amamos. Aunque, a veces, quisiéramos que nos amen como
nosotros amamos.
No. No
todos podemos amar de la misma forma. No todos podemos sentir de la misma
forma. Cada uno tiene sus miserias, sus vicios, sus fallas. Cada uno tiene sus
imperfectas perfecciones, cada uno es uno, amando, como puede.
Cuando te leo, siento cada vez más las ganas de no saber nada más sobre vos ja... como esa separación necesaria entre el artista y su vida, algo así. Me encanta crearte una voz, al ir leyendo esto, expresiones faciales, movimientos de manos, caminatas de un lado al otro adelante de la mesa, y todas esas cosas, ese ambiente. El ambiente que transmitís, pero con mis fotografías mentales, de alguien imaginario. En fin. Eso.
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