13.8.11

Ya pasaron no sé cuántos meses y todavía no tuvimos la agradable oportunidad de viajar juntos al mar mediterráneo. Ni de compartir madrugadas en un fin del mundo. Todavía nuestras sombras no declaran la independencia de nuestros cuerpos para ir a suicidarse sonrientes de la mano y trotando al acantilado más peligroso de la isla.
No llevo la cuenta de las veces que prometimos dejar de recordar el sueño en el que al primer segundo donde nuestros cuerpos se rozan, el mundo explota en mil colores, conocidos y desconocidos, el mundo explota en mil colores de todos los sabores.
Desde cuándo prometo que antes de ganarme el infierno voy a descuartizar tus caricias, desordenarlas en la mesita de luz y de vez en cuando, en medio de tormentas como las de ayer, de pleno día oscureciéndose, refugiarme con ellas.
Apagar la luz, que se duerma el mundo un rato. Paz. Sencilla armonía del amor universal.

Que esa risa te haga cosquillas en la panza, en el alma, en todo el cuerpo y en toda la galaxia. Que no sólo te rías por diversión o por cansancio. Que no tengas muchas ganas de bajar al planeta tierra, que necesitemos el mismo cielo para purificar los días.

Algún día.

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