10.8.11

Me pregunta dónde queda tal dirección. No reacciono, obvio que no reacciono. Me mira indignada porque no respondo, o con miedo porque no le digo nada. O ansiosa porque esperó toda su vida escuchar mi voz y yo me estoy quedando callado, y no le puedo responder. No me sale decirle nada. Hola, estás ahí, me pregunta ella, moviendo su mano por delante de mis ojos. No, no me lo preguntó. Sólo lo imagino, porque quiero reírme con ella hasta que las direcciones desaparezcan del mundo y no se sienta más perdida. Pero no hace ni un gesto, se queda ahí. No sé, le respondo que no sé. Tanta preparación mental al pedo.

No sé, creo que es por, a ver, dejame pensar. No, muchas palabras, Dejame pensar. Sí, eso sí. Y me agradece mientras su taco no golpea impacientemente la acera, definitivamente nunca pasa como en las películas. No sé dónde queda, pero para allá está mi casa. Si querés me podés acompañar, así conocés mi almohada, si querés, si tenés ganas, acostate sobre ella, y dejale pequeñas sombras de tu perfume. Después te vas, prometo soñarte así de linda. Todas las noches, o hasta que me aburra. No, mejor no te vayas. Quedate, cojamos con jota o con ge, hasta que por alguna razón mágica aparezca la dirección que buscabas en la puerta de mi cama. O algo así. Pero ayer había dicho que no quería todo eso. Ayer había dicho que no me interesaba. Bueno, mentí. No, no mentí, ahora estoy mintiendo. Si, miento, porque eso no pasó.

Dejame pensar. Y tus piernas parecen interminables, cómo nadie se detiene a aplaudirlas en el medio de la calle, me pregunto, mientras busco en la guia t mental el camino más largo para enseñártelo y explicarte cómo llegar por el camino más largo a esa dirección a la que vas, y claro, te pregunto si querés que te acompañe. Y me decís con esa sonrisa que me vuelve boludo hasta la humillación, me decís que sí. Y te acompaño por el camino más largo, mientras hablamos de la casa donde nos vamos a mudar, y del viaje por el mundo que vamos a hacer, empezando ahora mismo por Carapachay.

Pero tampoco.

Dejame pensar. Y te digo, son tres cuadras para allá, al mil quinientos. Y me sonreís con esa sonrisa que haría que el Maracaná lleno empiece a llorar de la alegría, en esos rotundos cambios de sintonía de la vida, donde empezamos a llorar mientras reímos hasta que nos hacemos pis encima. O casi. Porque somos grandes para andar meándonos por ahí. Me sonreís con tu sonrisa habitual de agradecerle a todo el mundo, porque es obvio que cuando te traen el café con tres medialunas lo agradecés así, con esa misma sonrisa que le estabas agradeciendo a la vida por haberte cruzado conmigo. Estoy jodiendo, lo sé. Pero yo sí le agradecí a jebús porque apareciste ahí, tan endeble a mis miradas de miedo, de pajero, de amor, y de desilusión. Sí, todo eso en tres minutos. O menos, viste como es esto de exagerar todo. Tal vez fue un minuto. O tal vez nunca me preguntaste por ninguna dirección y yo me quedé colgado desde, con, entre, por, tus piernas.


Perdón, ahí volví, había dejado de escribir, porque me paré y aplaudí tus piernas, y recordé, y seguí parado aplaudiendo y riendo por la sonrisa más hermosa que caminó en esta comuna, que no recuerdo qué número es.

No hay comentarios:

Publicar un comentario