17.2.11


La perdida de los duendes, escritos, cursiva, ¿tu nombre y el mío? Vos sin mirarme; dormís y el cielo se cae a pedazos. El aire me seca, me enferma. Por segundos me acuerdo que tengo que respirar, aunque sea algo automático. Automático se convierte el mirarte, el mirarte y sonreír. Más automático que el respirar. Más innato, me estoy asustando. La perdida de los duendes, diez veces doblar la mirada. Lograr la perspectiva de los tiros de una ametralladora doblando una misma esquina. Y seguir mis huellas, delante de vos, detrás de vos. A la par. No bastar. No cansa sentir.
Hay algo ahí, en mi cordura que de a poco ya no se siente vacía. Por segundos, por minutos, toda esa cordura irreal se hace acorde a las circunstancias, y juego a estrellarme contra mi propia sombra. En la arena, o en el pasto. En el pasto. En el aire. En ese aire que ahora estás respirando, que es tan mío como tuyo. Y me estrello contra ese aire, y la pucha, Hector Alterio. Pero va más allá de vos. Va por mi. Esta me la juego por mi.
En mi propia ropa, en mi propia transpiración que odio en cada paso que doy, y querer ducharme cada dos por tres, con vos, sin vos. Pero conmigo. Porque odio que de mi frente caigan gotas. Me molesta, que de este cuerpo, este esbelto y bello y gimnástico y cultural cuerpo, caigan gotas. De todos lados.
¿Llevar una sonrisa como bandera?, el mundo a cuestas. Y mi propia respiración fluye, de forma imperfecta, pero de la forma más hermosa. Y nunca me imaginaste así. Yo tampoco. Yo tampoco, nunca te imaginé que nunca me imaginaste así.
Existencial, tal vez. El mundo es existencial, puro fluir de besos sin armonías -los nuestros, ¿con?-. O puras chacharas, metalenguaje, mariconeadas.
Ponele que algún día te parás y me hablás. Me sonreís con esa sonrisa tan poco sádica que tenés, la de la ternura indeleble que me hace feliz. Me sonreís, te sonrío con mi sonrisa más linda  -sé que la tengo- y nos agarramos de la mano. Vamos a combatir el mundo. Injusticias modernas, a curar estos sueños quebrantados.
Sin películas y sin abastecimientos para pasado mañana. Si afuera hay una guerra, la vamos a sentir. Aunque sepamos que esto, esto no es una guerra. Es todo una ilusión ficticia de una realidad que se distorsiona en cada palabra, como un teléfono, móvil, descompuesto, que encima no tiene cobertura internacional. Un vuelo de cabotaje hasta lo más falso de los días, ¿hace cuántos segundos que no te dejás flotar?
Como las lecturas invernales de colectivo en pleno verano, las sombras de la cama a diez mundos de distancia entre los dos. O miradas que ya no se cruzan, pero que saben como cruzarse, y eso, eso mísmo de lo que trata todo esto. Sonreír.
Pero si fuera tan fácil, esas piernas desesperadas convertidas en monstruitos que no levantan la mirada, no existirían. Y tomarían aire, en una cantidad de tiempo más prolongada. Buen día. Cierta cantidad, por favor. Y se olvidan de levantar la mirada, ¿se olvidaron que no vale atropellar?
Y sólo, heredar besos de la madrugada anterior. Un poco de desigualdad entre mis centímetros y los tuyos, también ante los ojos de un gran señor. Ese que grita, y grita y no para de gritar. Un ex combatiente, decís.
Habla en voz alta. Grita palabras de estallidos, que no logran su cometido. El cometido de todos, decían los psicólogos, que el cometido de todos es ser querido. ¿El tuyo? ¿El mio? El mio, tal vez. Pero hoy, hoy es otro. Hoy busco algo más jipié. Amar mi mundo. Amarlo como es, no como puede ser, o como va a ser. No hay mucho que cambiar, no quiero cambiar el mundo. Y ahí le doy la derecha a los psicólogos que le encuentran relación al arroz que comiste anoche por no tener plata, con el sueño que tuviste en el año 98, y la explicación consciente de tu inconsciente rechazo a la esponja cuando te bañas, con el hecho de entender como tu progenitora sostenía el cigarrillo con su mano derecha, una hora y veintitrés minutos antes de concebirte. ¿Se entendió algo?
No sé. Nunca me entendés. Yo tampoco me entiendo. Es que no me escucho, esto de hablar bajito y modular mal, no es una buena forma de comunicación. A ver, voy a hablar más alto. Tal vez, más despacio
Decía, conquistarte a vos. Es una buena opción. A la misma vez, en el mismo momento en que vos me conquistas a mí. Sin dañarnos. Y si es sin dolor, deberíamos cambiar la palabra “conquistar”. No hay sinónimos, creo que ahora sí me entendés lo que te quiero decir. Conquistarnos, seducirnos estúpidamente hablando, con el mejor sexo arriba del colectivo, habido y por haber, en hora pico.
Cambio mi reinado, por -trecemil- un amanecer esmaltado con vos. Y así sí, si de eso también se trata, también, hasta conquistar el mundo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario