28.5.11

Jugar a ser un antifaz, ponerme, ponerte, todos los días a la misma hora por el mismo canal. Incluso los fines de semana. Y despertarse con ganas de llorar. Por fin llorar. Un momento, unos minutos, y volver a armarse, y no saber quién, dónde se es. Cuándo dejar de ser.
Invertir sonrisas en lugares oscuros, llenar de luz planos obscenos para volver a la oscuridad en lugares abiertos
Convalecer ante la dualidad de los días, ese ser inconstante que somos, nos volvemos estúpidos y genios al mismo tiempo. Creemos poder. Negamos ser.
Jugarse todos los ahorros en la mejor cara, tener la cara de pelotudo más grande del universo; al mismo tiempo ser invisible por excelencia.
Ir acá, ir allá. Quedarse. Morir. Y volver a vivir, ya es todo como estar en un rollercoaster sin final. Uno que evoluciona a cada rato, la revolución constante de cambios desestructurales para el alma. No saber cómo despertarse mañana. Creer que sólo importa hoy. Sí, creer que sólo importa hoy. Y solo importa esto. Mañana ocho monos me chupan la pija, qué bueno, qué malo, qué asco, qué divertido. Pero solo importa esto, el constante abrir y cerrar los ojos. Escucharse respirar, entender que uno respira. Despertarse a media noche por una propia respiración profunda.
Sumergirse en esos días que no sabés qué va a pasar en dos horas, en una. Dejar de programar el desenlace, el recorrido no tiene porqué saberse. Si no, todo es aburrido. Estructurado.
Morirse antes de tiempo, vivir antes del día, morir antes de ayer, vivir hoy. Y toda una cuestión de bla y de bla y de más bla. Sonreír, llorar, abrazar, escupir, mirar. Irse, escaparse, morirse. Vivir. Sentir. Saludar, hola, cómo estás.